Resumen
En este artículo se exploran diferentes aspectos relacionados con la medición de las diferencias de género, la medición del bienestar y el tipo de relación existente entre ambos. En particular, se plantean preguntas del siguiente tipo: ¿Qué criterios debemos seguir para la construcción de indicadores de bienestar y de desigualdad de género?; ¿Qué dimensiones debemos tener en cuenta?; ¿Qué relación existe entre los niveles de bienestar y los de diferencia de género?; ¿Existen sociedades en las que el bienestar y las diferencias de género sean elevadas?, ¿O viceversa?; ¿Cuál es la panorámica para los distintos países del mundo y para América del Sur en particular?; ¿Qué podemos decir de la evolución en el tiempo de estas relaciones? Se intentan responder algunos de estos interrogantes con la introducción de un nuevo indicador de diferencia de género.
Abstract
In this paper we explore different aspects related to the measurement of well-being, gender inequality and the existing relationship between them. In particular, we put forward questions like: Which criteria should we follow to construct well-being and gender inequality indicators?, Which dimensions should be taken into account? Which is the existing relationship between well-being and gender inequality?, Can we find societies with high well-being levels and gender inequality levels?, Or vice-versa?, What can we say for the different countries of the world and for South America in particular?, What can be said about the evolution in time of these relationships? We try to answer to some of these questions by introducing a new gender inequality index.
Introducción
La medición de las desigualdades de género es un tema de interés creciente. Esto se debe a distintos motivos. En primer lugar, la existencia de desigualdades de género, en dimensiones cruciales, del bienestar humano representa una injusticia de una larga tradición histórica que debe ser corregida. En este sentido, decimos que la desigualdad de género es un tema de interés por si mismo. Adicionalmente, hay otras motivaciones más instrumentales: es bien sabido que la existencia de desigualdades de género está ligada (a menudo de forma muy compleja) con otros aspectos socio-económicos que pueden ser muy relevantes desde el punto de la implementación de políticas. Piénsese, por ejemplo, en la conexión existente entre las diferencias de género por un lado y los niveles de fecundidad o el crecimiento económico por el otro.
En este artículo se exploran distintos aspectos relacionados con la medición de las diferencias de género, la medición del bienestar y el tipo de conexión existente entre ambos. En particular, he intentado responder a preguntas del siguiente tipo: ¿Qué criterios debemos seguir para la construcción de indicadores de bienestar y de desigualdad de género?; ¿Qué dimensiones debemos tener en cuenta?; ¿Qué relación existe entre los niveles de bienestar y los de diferencia de género?; ¿Existen sociedades en las que el bienestar y las diferencias de género sean elevadas?, ¿O viceversa?; ¿Cuál es la panorámica para los distintos países del mundo y para América del Sur en particular?; ¿Qué podemos decir de la evolución en el tiempo de estas relaciones?, etc.
Para poder responder a estas preguntas es necesario establecer claramente qué entendemos por bienestar para poderlo medir de forma razonable. Al mismo tiempo, la definición que tomemos de bienestar nos indicará cuáles deben ser las dimensiones relevantes que debemos tener en cuenta a la hora de medir las diferencias de género; de modo que, en un ejercicio de evaluación social, no se corra el riesgo de medir estas diferencias en aspectos que no son significativos.
1. La definición del bienestar: algunas observaciones.
A pesar de la cotidianidad y aparente sencillez del término, su definición rigurosa es un tema complejo que ha sido abordado desde distintas perspectivas y por diversas disciplinas.
La perspectiva de la opulencia: Asocia los niveles de bienestar con la posesión de bienes y/o servicios. Un indicador característico de esta perspectiva es el Producto Nacional Bruto (PNB), con el que se computa el valor de todos los bienes y servicios producidos por los residentes de un país durante un tiempo determinado. Ha sido severamente criticado, entre otras cosas, por no tener en cuenta multitud de aspectos relacionados con el bienestar y que no pertenecen a la esfera de la economía de mercado.
El utilitarismo: Utiliza como indicador del bienestar del individuo su grado de satisfacción, o felicidad, con las circunstancias que le rodean. Este enfoque ha sido duramente criticado, entre otros por Amartya Sen, por el hecho de que los niveles de utilidad pueden llegar a ser muy engañosos (Sen toma como ejemplo aquellos individuos con circunstancias personales desgraciadas que, ante la falta total de perspectivas para poder disfrutar de los distintos aspectos de la vida, se conforman y encuentran satisfacción en las pequeñas caridades de los demás). Además, Sen también ha criticado la falta de interés por parte del utilitarismo por los problemas de la distribución del bienestar (i.e: la desigualdad).
El enfoque de las necesidades básicas: Desde esta perspectiva, para poder hablar de bienestar hay que tener cubiertas un mínimo de necesidades básicas relacionadas con la supervivencia y el estar a salvo de agresiones de todo tipo. El principal inconveniente de este punto de vista es que no tiene en cuenta los deseos y las motivaciones de las personas; según el criterio de las necesidades básicas, un preso sano, bien alimentado y a salvo de las agresiones de los demás reclusos debería gozar de un buen nivel de bienestar.
El enfoque de las capacidades: Según éste, los elementos básicos del bienestar se basan en los llamados "funcionamientos" y “capacidades" (véase Sen (1992)). En palabras de Amartya Sen:
"Los funcionamientos representan partes del estado de una persona: en particular, las cosas que logra hacer o ser al vivir. La capacidad de una persona refleja combinaciones alternativas de los funcionamientos que ésta pueda lograr, entre los cuales puede elegir una colección.
Esta perspectiva se basa en una visión de la vida como combinación de varios "quehaceres y seres", en los que la calidad de vida debe evaluarse en términos de la capacidad para lograr funcionamientos valiosos. Algunos de éstos son muy elementales como estar nutrido adecuadamente, tener buena salud, etc., y a todos éstos podemos darles evaluaciones altas, por razones obvias."
La diferencia fundamental con el enfoque de necesidades básicas está en que, en este nuevo marco, se quieren tener en cuenta aquellos funcionamientos que los propios individuos consideran valiosos, sin que éstos vengan impuestos por ningún aspecto político social. Conceptualmente, el enfoque de las capacidades ha sido aceptado como una de las alternativas más razonables al enfoque utilitario o el de opulencia.
Inconvenientes:
- Definición imprecisa y vaga de los funcionamientos.
- No queda claro cuáles son los funcionamientos/capacidades que deben ser tenidos en cuenta en nuestros ejercicios de evaluación social.
- Problemas de operatividad: las capacidades son atractivas pero complicadas y difíciles de medir. Muchos estudios empíricos deben conformarse con la medición de los funcionamientos.
Ventajas:
Es muy adecuado para la perspectiva de género por distintos motivos:
- Orientado a nivel individual, no agregado. Cada persona debe ser tenida en cuenta en nuestros juicios de valor.
- Considera dimensiones que escapan del contexto de la economía de mercado, incluyendo todos aquellos aspectos que se crean relevantes para el bienestar de las personas. Esto es muy importante para la Economía Feminista, donde se incluyen temas como el uso del tiempo, el cuidado de personas, la toma de decisiones, etc.
- Tradicionalmente, la mayoría de los análisis de la desigualdad han dado por supuesto que todas las personas son influidas de la misma manera, y en el mismo grado, por ciertas circunstancias o características exógenas, hecho que ignora la enorme diversidad humana. El enfoque de las capacidades tiene en cuenta, de forma explícita, la diversidad humana existente, como por ejemplo: género, edad, etnicidad, raza, sexualidad, región geográfica, así como el hecho de que las personas tengan algún tipo de discapacidad, estén embarazadas o tengan a cargo la responsabilidad de cuidar a alguien, etc.
En particular, Robeyns (2003) utiliza este marco de trabajo para proponer una lista de capacidades que considera adecuados en el contexto de las sociedades industrializadas contemporáneas:
- Vida y salud física: ser capaz de tener salud y disfrutar de una vida de duración normal.
- Bienestar mental: ser capaz de estar mentalmente sano.
- Seguridad e integridad físicas: ser capaz de estar protegido contra cualquier tipo de violencia.
- Relaciones Sociales: ser capaz de formar parte de redes sociales y de dar y recibir apoyo social.
- Empoderamiento político: ser capaz de participar y tener influencia en la toma de decisiones políticas.
- Educación y conocimiento: ser capaz de ser educado y de usar y producir conocimiento.
- Trabajo doméstico y cuidado de los otros: ser capaz de educar a los hijos y de poder cuidar a los demás.
- Trabajo remunerado y otros proyectos: ser capaz de trabajar en el mercado laboral o de llevar a cabo proyectos.
- Resguardo y entorno: ser capaz de vivir en un entorno seguro y agradable.
- Movilidad: ser capaz de ser móvil.
- Actividades de ocio: ser capaz de disfrutar de actividades de ocio.
- Autonomía de tiempo: ser capaz de manejar su propio tiempo.
- Respeto: ser capaz de exigir ser respetado y tratado con dignidad.
- Religión: ser capaz de escoger el vivir, o no, de acuerdo a una religión.
Adicionalmente, existen otras listas, como la de Martha Nussbaum (2003), que pretende ser universalmente válida:
- Vida.
- Salud física.
- Integridad física.
- Sentidos, imaginación y pensamiento.
- Emociones.
- Razón práctica.
- Afiliación.
- Juego.
- Control sobre el entorno.
- Otros temas.
El hecho de si las listas de capacidades pueden ser universales, o si deben ser específicas para algún contexto geográfico e histórico, es todavía un tema de debate abierto (que seguramente lo seguirá estando por mucho tiempo aún). Sea como fuere, supongamos que ya disponemos de la lista relevante de dimensiones que queremos tener en cuenta para la medición del bienestar. Robeyns (2003) plantea una pregunta interesante (y del todo lógica en este contexto): ¿Qué podemos decir de las desigualdades de género cuando tenemos en cuenta dichas dimensiones?
2. La medición del bienestar y las diferencias de género
Una vez seleccionadas las dimensiones relevantes y las variables necesarias para su medición, debemos enfrentarnos al problema de cómo agregar esta información para medir los niveles de bienestar en una sociedad. Éste es otro problema de gran calado y que admite una variedad de posibles puntos de vista, pero que no serán ahondados en este documento. A pesar de todas sus limitaciones, nos conformaremos provisionalmente con uno de los métodos de agregación más populares y sencillos: el empleado por Naciones Unidas en la construcción del Índice de Desarrollo Humano (IDH), en el que se agregan los valores medios para cada dimensión.1 Un problema abierto relacionado con la construcción del índice es el siguiente: ¿Qué peso hay que otorgar a cada uno de los componentes?; ¿Para todos el mismo?; ¿Hay algunos más importantes que otros? Éste es un tema de debate de difícil solución.
En lo referente a medir las diferencias de género, en la literatura actual es complicado encontrar indicadores que resuman los niveles de desigualdad de género "global" existente en una sociedad. Es decir, es complicado encontrar un indicador que resuma/sintetice las brechas de género existentes en las dimensiones relevantes para la medición del bienestar (observación: Ni el Índice de Desarrollo humano relativo al Género (IDG) ni el Índice de Potenciación de Género (IPG) de Naciones Unidas pueden ser considerados como indicadores de diferencias de género per se; véase por ejemplo Klasen (2006)). Sorprendentemente, hay pocos indicadores multidimensionales de desigualdad de género, y los que se pueden encontrar adolecen de varios defectos (véase: White (1997), Fosythe et al. (1998), Dijkstra & Hanmer (2000), Dijkstra (2002, 2006), Klasen (2006), Permanyer (2007)). Uno de los propósitos en mi tesis doctoral ha sido el de revisar los indicadores existentes y proponer algunos nuevos, en particular:
donde xi , yi son los niveles de bienestar disfrutados por mujeres y hombres en la dimensión i respectivamente y wi representa el peso/importancia de dicha dimensión en nuestra valoración global del bienestar. La ventaja de este indicador es que es intuitivo y sencillo: se trata de un promedio de las brechas de género en las distintas dimensiones, ponderado por sus respectivos grados de importancia. Cuando los valores de este indicador son mayores o menores que 1, podemos decir que "en promedio" las mujeres están mejor o peor situadas que los hombres. Si Gr=1 podríamos hablar de igualdad de género (en promedio). Inconveniente importante: en este tipo de indicadores seguimos cargando con la incertidumbre de cuál es el peso (wi) más adecuado para las distintas dimensiones.
3. Las relaciones entre niveles de bienestar y desigualdades de género. Algunos resultados básicos
La discusión previa es muy interesante a nivel teórico, pero a la hora de llevar a cabo estudios empíricos nos encontramos con el problema habitual de la carencia de datos adecuados para nuestros propósitos. Existen bases de datos muy detalladas pero que adolecen de problemas de cobertura geográfica y/o temporal e, incluso, de comparabilidad entre sí. Este tipo de datos pueden ser interesantes para estudios a nivel local o nacional (p.ej: las encuestas DHS, de las cuales Colombia es el país que más dispone (hay 5 rondas disponibles, las de los años 1986, 1990, 1995, 2000 y 2005)). Por otro lado, existen bases de datos menos detalladas pero que tienen una enorme cobertura geográfica y temporal, y que son consistentes y comparables en el tiempo. Un ejemplo lo proporcionan los datos publicados por el PNUD, que son los utilizados para calcular el IDH, el IDG, IPG etc. A pesar de todas sus carencias y de la cantidad de críticas vertidas sobre ellas, presentamos algunos resultados provisionales en los que usamos las tres dimensiones básicas empleadas en la definición del IDH: salud (medida por la esperanza de vida al nacer), educación (medida por la tasa de alfabetización y la de escolarización) y nivel de vida (medido por el Producto Nacional Bruto per capita).
En primer lugar, una ilustración de lo inapropiado que resulta el IDG, como indicador de desigualdad de género, y de la mejora que supone introducir un indicador de desigualdad de género por sí mismo como Gr. En el Gráfico 1 se presenta un diagrama de dispersión entre el Log (PNB) per cápita y el IDG. Se puede apreciar una relación lineal muy fuerte, y de hecho, el coeficiente de determinación es bastante elevado: R2=0,816. Esto quiere decir que la información que aporta el IDG es muy parecida a la que aporta el PNB per cápita, ya que no estamos midiendo las desigualdades de género propiamente dichas.
Gráfico 1. IDG y PNB per cápita
Fuente: Informes de Desarrollo Humano de Naciones Unidas
Gráfico 2. Gr y PNB per cápita
Fuente: Informes de Desarrollo Humano de Naciones Unidas
Por otro lado, en el Gráfico 2 tenemos el diagrama de dispersión correspondiente al Log (PNB) per cápita y Gr. En este caso, se aprecia claramente cómo el grado de relación entre las variables es mucho menor, el coeficiente de determinación es R2=0,393. Esto nos muestra que indicadores de desigualdad de género como Gr desvelan mucha información relevante que no es captada por indicadores macroeconómicos como el PNB.
En segundo lugar, y para hacer una primera exploración de la posible relación entre bienestar y diferencias de género, presentamos el Gráfico 3 donde mostramos el diagrama de dispersión correspondiente al Índice de Desarrollo Humano y Gr. Se aprecia una relación directa entre las dos variables, aunque el grado de predicción de una variable sobre la otra no es muy elevado (el coeficiente de determinación es R2=0,585). Esto quiere decir que, si bien podemos afirmar que, en términos generales, un mayor nivel de igualdad de género se corresponde con mayores niveles de desarrollo humano (medido con el IDH), el grado de variabilidad es bastante elevado (de modo que para un cierto nivel de Gr dado, se pueden encontrar muchos niveles de desarrollo humano posibles).
Gráfico 3. Gr y IDH
Fuente: Informes de Desarrollo Humano de Naciones Unidas.
Evolución en el tiempo: También sería muy interesante poder estudiar la evolución con el paso del tiempo de la relación entre bienestar y desigualdades de género. Las relaciones de género son dinámicas y van sufriendo cambios con el paso del tiempo; se imponen nuevas normas y valores que hacen que los roles de mujeres y hombres no sean siempre los mismos. En los siguientes gráficos exploramos algunos aspectos de dicha evolución temporal.
Gráfico 4. Diagrama de dispersión con IDH y Gr en 1995 y en 2005.
Fuente: Informes de Desarrollo Humano de Naciones Unidas.
En el gráfico 4 se pueden observar distintos fenómenos interesantes. En primer lugar, se aprecia un crecimiento generalizado de los valores de Gr y de IDH entre los años 1995 y 2005. En segundo lugar, la relación entre las variables se hace más estrecha: en 1995 el coeficiente de determinación R2 era 0,585 y en 2005 es de 0,743. En tercer lugar, en 2005 hay un incremento de la cantidad de países para los que Gr >1: se trata de las ex-repúblicas soviéticas, en las que se ha producido un empeoramiento de la situación de los hombres (no una mejora en la situación de las mujeres).
En el gráfico anterior sería interesante poder identificar la misma evolución temporal pero indicando los cambios año tras año (entre 1995 y 2005) y a nivel agregado para ciertas unidades territoriales de interés como podrían ser los distintos continentes. Estos resultados se presentan en el gráfico 5. Podemos apreciar cómo, a nivel agregado, la evolución de cada continente se diferencia de manera clara a lo largo de todo el período: si se toma como objetivo a alcanzar un IDH=1 y un Gr =1, encontramos al continente Africano en última posición, seguido de Asia, América, Oceanía y Europa. En general, hay un mayor progreso en la reducción de las desigualdades de género que con el incremento del IDH. Se puede observar que, a medida que nos acercamos al año 2005, se produce un ralentizamiento e incluso algún retroceso en la evolución de los distintos continentes.
Gráfico 5. Evolución temporal de los valores de IDH y Gr entre 1995 y 2005 agregada por continentes
Fuente: Informes de Desarrollo Humano de Naciones Unidas. Nota: el sentido de la evolución temporal se produce de izquierda a derecha para todos los continentes.
Como es bien sabido, existe una gran heterogeneidad de regiones y países dentro de cada uno de los cinco continentes que, en cierto modo, limita la interpretación de los resultados que se muestran en el gráfico 5. Para tener una idea más clara de la evolución temporal de los niveles de desarrollo humano y de desigualdad de género en el contexto de América del Sur, presentamos el gráfico 6. En él se pueden distinguir tres grupos bien diferenciados entre sí. En primer lugar encontramos el conjunto formado por Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Uruguay y Venezuela. Se trata de un grupo relativamente homogéneo en el que se puede decir que se registran mejoras en el indicador de diferencia de género Gr pero con oscilaciones relativamente importantes en el índice de desarrollo humano. Dentro de este grupo, Uruguay aparece como el país mejor posicionado. En segundo lugar, y por detrás de los países del grupo anterior, encontramos otro conjunto relativamente homogéneo formado por Ecuador, Paraguay y Perú. En promedio, se puede observar una evolución favorable del índice de desigualdad de género que contrasta con un comportamiento estacionario del IDH. Finalmente, en tercer lugar y por debajo de todos los demás, encontramos el "grupo" formado por Bolivia. De todos modos, en este país se observa una notable mejora en lo que respecta a la reducción de las diferencias de género y a la evolución del índice de desarrollo humano, de manera que, al final del período, se acerca mucho a los valores registrados por el segundo grupo.
Gráfico 6. Evolución temporal de los valores de IDH y Gr entre 1995 y 2005 para los principales países de América del Sur
Fuente: Informes de Desarrollo Humano de Naciones Unidas. Nota: el sentido de la evolución temporal se produce de izquierda a derecha para todos los continentes.
4. Temas abiertos y posibles líneas de investigación
Usar mejores bases de datos que superen las limitaciones del PNUD. Esto permitiría ampliar la cantidad de variables relevantes que tenemos en cuenta para medir el bienestar y las desigualdades de género. Las DHS parecen ofrecer una buena alternativa, pero no tienen el mismo grado de cobertura geográfico-temporal ni son tan consistentes.
Estudiar el problema de la elección del peso adecuado para los distintos componentes del bienestar y de las diferencias de género. ¿Qué importancia (peso) es razonable atribuir a cada una de ellas? Se trata de un tema espinoso, puesto que es difícil encontrar un patrón válido para sociedades muy diversas; quizás sea más razonable a nivel local.
Por este motivo, realizar estudios a nivel local (dentro de un continente o región) en donde haya un cierto grado de homogeneidad histórico-cultural que haga un poco más razonable y legitime la comparación. Por ejemplo: América Latina.
1 Las dimensiones de bienestar que se tienen en cuenta son: salud, educación y nivel de vida. Una de las carencias más importantes de esta metodología es la falta de sensibilidad por los aspectos distributivos del problema. Solamente se tienen en cuenta los promedios, sin importar si éstos han sido obtenidos a partir de distribuciones con mucha o poca desigualdad.
Bibliografía
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