La guerra civil española, Antony Beevor, Editorial Crítica, septiembre de 2005.
Setenta años después es difícil comprender el impacto de la guerra civil española en la opinión pública mundial. Para muchos fue un enfrentamiento perfectamente claro entre el bien y el mal, la cruzada emprendida con la ayuda de Dios para liberar a España de socialistas, anarquistas, comunistas, masones, separatistas, judíos y otros enemigos; para otros, la oportunidad de aplastar las clases privilegiadas y construir una utopía donde los sueños de sindicalistas e izquierdistas se volverían realidad; y hubo para quienes, tal vez los más prácticos, un laboratorio que permitiría evaluar y mejorar tácticas y equipos bélicos que muy pronto serían indispensables en el conflicto mundial que ya se vislumbraba y que siguió a continuación.
|
|
En mi caso, y probablemente en el de muchos de mi generación, el haber tenido varios religiosos españoles como maestros, desde los primeros años de primaria hasta los últimos del bachillerato, creó una visión alineada con la de los nacionalistas, que entraba en conflicto con la impresión que mi padre se había formado de los refugiados republicanos que conoció. No sólo era gente decente sino que entre ellos hasta había católicos practicantes.
Mi curiosidad por el tema me llevó a principios de los sesenta a la trilogía de novelas de José María Gironella, que aunque corresponde a la visión de un excombatiente nacionalista, muestra un panorama de destrucción y sufrimiento que dista mucho de la visión romántica de una cruzada que termina con el triunfo de las fuerzas del bien.
Durante mis estudios en el exterior, en una época en que en los países avanzados España era ignorada por atrasada y un tanto medieval, tuve la sorpresa de encontrar en la universidad “The Spanish Civil War”, obra publicada en 1961 por el joven historiador inglés Hugh Thomas, como lectura obligatoria en un curso de historia reciente. Aunque más favorable a los nacionalistas, en este libro la estupidez y la crueldad ya no son monopolio de ningún bando. Algo que todavía no era posible publicar en España.
En 1982 otro historiador inglés, Antony Beevor, publicó un libro con el mismo título, “The Spanish Civil War”. A pesar de haber pasado la era de Franco, este libro fue ignorado en España y ni siquiera fue traducido al castellano.
Al acercarse el 70 aniversario de la Guerra Civil, Gonzalo Pontón, fundador de la Editorial Crítica, convenció a Beevor de reescribir completamente el libro, aprovechando todas las fuentes que surgieron después de 1982, especialmente las soviéticas. Beevor aceptó y el resultado es el libro que comentamos, el cual ha sido un best seller en España.
La guerra civil española comenzó el 17 de julio de 1936 como un golpe de Estado dirigido por los generales Sanjurjo (quien debía ser el jefe del nuevo gobierno) y Mola, con el apoyo del general Franco, golpe que fue sofocado en la mayor parte del país. El resultado neto fue que, en vez de sufrir un cambio violento de gobierno, España se vio dividida en dos partes: la Republicana, leal al gobierno del Frente Popular elegido en febrero de 1936, que tenía superioridad en extensión, población y recursos, y la Nacionalista, que contaba con los militares más aguerridos y el apoyo de las dictaduras fascistas de Alemania e Italia.
Aunque esta guerra se caracterizó por la crueldad de ambas partes, ésta fue mucho más pronunciada en los primeros meses del enfrentamiento, cuando las ejecuciones sumarias y los simples asesinatos estaban a la orden del día. Cada bando se dedicó a buscar en su territorio simpatizantes reales o imaginarios del otro lado y a fusilarlos sin fórmula de juicio o “darles un paseo”, como le ocurrió a Federico García Lorca. Muy dura fue la suerte de la Iglesia Católica en la zona republicana. Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas y, especialmente seminaristas, perecieron en una ola de violencia que, contrario a la propaganda nacionalista, no fue resultado de ningún plan preconcebido por el Frente Popular (varios miembros del clero escaparon con la ayuda de funcionarios del gobierno) sino una reacción espontánea de las masas envenenadas por muchos años de propaganda extremista que cultivaba el odio como una virtud de la lucha de clases, y por el anticlericalismo que empezó a hacerse fuerte en España en el siglo XIX. Esta posición de extrema violencia de la izquierda creaba una percepción de inseguridad inaguantable para la derecha, la cual todavía se aferraba tercamente a sus privilegios centenarios, y esto fue lo que le dio a la guerra civil española ese cariz generalizado de absoluto desprecio por el contrario que ni siquiera tuvo la segunda guerra mundial.
En España el enfrentamiento ideológico entre la izquierda y la derecha fue tan fuerte que algunos afirman que si la derecha hubiera triunfado en las elecciones de 1936, no hubiera pasado mucho tiempo sin que la izquierda se hubiera levantado en contra del gobierno.
Los nacionalistas recibieron apoyo extranjero desde el principio con el puente aéreo que establecieron los alemanes para trasladar los soldados más duros del ejército español (la legión extranjera, creada en los años veinte a imagen de la francesa) de Marruecos a Andalucía. Poco después llegaron tropas (“voluntarios”) y aviones de combate italianos. Los Repúblicanos, en cambio, al principio sólo logró obtener de Francia algún equipo, principalmente aviones, ya obsoleto, y pilotos como Malraux, bien pagos, para tripularlos. Pasaron meses para empezar a recibir asesores y material soviético, pero su aprovechamiento siempre fue afectado por el control ejercido para mantenerlo en manos del partido comunista, minoritario en el Frente Popular, negándoselo a los otros grupos de la izquierda. Con idealistas voluntarios de todo el mundo se formaron las brigadas internacionales que participaron del lado republicano en algunos de los combates más feroces de la guerra.
Franco, joven, ambicioso y de gran prestigio por su desempeño en las guerras del norte de África, pero jerárquicamente inferior a Sanjurjo y Mola, no tuvo mayor problema para alcanzar el liderazgo del bando nacionalista. En el tercer día del levantamiento Sanjurjo pereció al estrellarse su avión cuando trataba de regresar a España desde su exilio en Portugal y, antes de que terminara el primer año de guerra, Mola había muerto en otro accidente de aviación. Dos accidentes tan providenciales no dejaron de despertar sospechas, pero nunca se pudo probar nada y el consenso actual es que realmente fueron hechos fortuitos.
Este libro es sin duda el mejor documentado sobre el tema hasta la fecha. Se lee con facilidad y lo lleva a uno a plantearse muchas preguntas, sobre todo acerca del peligro de las ideologías extremas. No todos los españoles, tanto de izquierda como de derecha, están de acuerdo con él y esto puede tomarse como una señal de imparcialidad. Algunos lo tildan de demasiado favorable al bando republicano (Beevor estima que en número de ejecuciones sumarias y asesinatos, los nacionalistas estuvieron a punto de alcanzar la relación de diez a uno con que el general Queipo de Llano amenazaba a los republicanos desde Radio Sevilla) y otros se quejan de la forma como critica al gobierno del Frente Popular (si bien la guerra es demasiado importante para dejársela a los generales, en este caso los políticos probaron que lo contrario también puede ser cierto).
Pasarán muchos años antes de que se pueda hacer claridad sobre esta época tan dolorosa de la historia de España. Al respecto conviene recordar la respuesta de Chou En-Lai cuando se le preguntó que opinaba de las consecuencias históricas de la revolución francesa: “Es demasiado pronto para decirlo”
|
|
The Trouble with Physics: The Rise of String Theory, the Fall of a Science, and What Comes Next, Lee Smolin, Editorial Houghton Mifflin, septiembre de 2006.
Este libro, cuyo título podría traducirse como “El problema con la Física: el ascenso de la Teoría de Cuerdas, el descenso de una Ciencia y lo que viene después” es muy reciente y, probablemente, nunca será traducido al castellano. Ninguna de las obras anteriores de este autor lo ha sido, lo cual no impidió que fueran comentadas ampliamente en la prensa y en las páginas en español de la red. La razón probable es que el mercado potencial en nuestra lengua no justifica el esfuerzo y que, quienes se interesan por el tema, prefieren leerlo en su lengua original a arriesgarse a sufrir los problemas inherentes a la traducción de temas tan especializados.
|
|
Aunque el fondo de este libro corresponde a la Física Teórica, una de las áreas más complejas de la ciencia contemporánea, el interés de Lee Smolin no es proponer una nueva teoría o descalificar alguna de las ya existentes, sino cuestionar la forma como se ha venido orientando la investigación en este campo durante los últimos treinta años. Para lograr su objetivo incursiona en otros campos como la filosofía, la epistemología y la sociología, describiendo la manera como realmente se hace ciencia hoy en día en un lenguaje ameno, matizado con anécdotas, y con un componente de drama que mantiene el interés del lector.
La Teoría de Cuerdas surgió a finales de los años sesenta y principios de los setenta. La idea fundamental es que las partículas elementales son cuerdas (“strings”) pequeñísimas que vibran en diferentes formas, y que es el modo de vibración el que les da sus características físicas de electrón, fotón, diversas clases de quark, etc. Es mejor aceptar las explicaciones de Lee Smolin sin preocuparse mucho por entenderlas, porque estamos en el campo de la mecánica cuántica, de la cual algunos de los físicos más importantes del siglo pasado, como Niels Bohr y Richard P. Feynman, afirmaron que “quien creyera que ya la había entendido, realmente no la había entendido”.
La Teoría de Cuerdas es extraordinariamente versátil. Basta que alguien señale algún fenómeno físico que no es explicado por la versión de moda, para que ésta sea modificada y, voilà, la nueva versión lo explica. Realmente no es una teoría única sino una familia con, potencialmente, millones de teorías que, mediante una gran flexibilidad matemática, permite obtener en forma relativamente fácil el resultado deseado. No es de extrañar que haya sido sumamente popular, hasta el punto de que en la mayoría de las universidades importantes es requisito indispensable para una carrera académica en Física. Esto ha dado origen a una comunidad científica cerrada, en la cual simplemente no se consideran otros enfoques para la solución de los problemas fundamentales del universo. Aunque Smolin ha tenido una trayectoria muy respetable como practicante de la teoría, es consciente de que el ignorar otras alternativas es malo para la ciencia y contrario a la forma como ha funcionado el método científico a lo largo del tiempo.
La barrera de entrada a la comunidad científica de la Teoría de Cuerdas es muy alta porque exige un gran dominio de técnicas matemáticas intrincadas. Esta dificultad tiende a impedir que quienes han ganado acceso a la comunidad dediquen esfuerzos a estudiar otras alternativas, por lo que puede afirmarse que el interés personal de los técnicos en la Teoría de Cuerdas está estancando la Física.
El talón de Aquiles de la Teoría de Cuerdas es que hasta ahora no es falsable. Esto quiere decir que no ha servido para hacer predicciones que si no se cumplen al realizar los experimentos apropiados, permiten probar que la teoría es incorrecta. La teoría de la relatividad ha servido para hacer gran cantidad de predicciones, posteriormente comprobadas en la práctica, pero esto no excluye que en el futuro se encuentre una predicción que no se confirme en la realidad, lo que demostraría que la teoría no es totalmente correcta y debe ser remplazada por una nueva teoría que también explique los casos en que la teoría anterior falló. El ser falsable es uno de las condiciones fundamentales de lo que constituye una teoría científica. En este sentido la Teoría de Cuerdas es una conjetura y no una verdadera teoría.
Es aquí donde reside la diferencia fundamental entre los enfoques que sigue la investigación en Matemáticas y en Física. En Matemáticas una conjetura o hipótesis se convierte en un teorema que será válido en el momento en que se encuentre una prueba que lo demuestre. En Física la cosa es distinta. La teoría seguirá siendo aceptada y utilizada mientras no se encuentre un caso en el que la experiencia dé un resultado diferente a lo dicho por la teoría. Si esto ocurre, la teoría debe ser abandonada o, por lo menos, modificada, para que sus predicciones se ajusten a los resultados obtenidos en los experimentos.
La comprobación de las predicciones de una teoría mediante experimentos es una de las actividades fundamentales del método científico. Este alternar entre teoría y experimento es lo que mantiene el rumbo correcto del trabajo de investigación, evitando que los castillos que se construyen en el aire alcancen alturas excesivas. Pero para realizar experimentos que permitan verificar la Teoría de Cuerdas existe un obstáculo hasta ahora invencible. La energía necesaria para realizar estos experimentos no está al alcance de ninguno de los aceleradores de partículas que existen en la actualidad. El nuevo acelerador que se construye en CERN, el centro europeo de investigación nuclear, cerca de Ginebra, posiblemente pueda llegar a realizar experimentos en las áreas de la Teoría de Cuerdas que requieren menos energía. La entrada en funcionamiento de este costosísimo proyecto (más de tres mil millones de francos suizos) está retrasada y pasarán varios años antes de que sepamos si realmente puede realizar el tipo de experimentos que se requieren.
El libro ha generado mucha controversia en la comunidad científica y ha sido un éxito de librería. No es de extrañarse con comentarios como el del Sunday Times: “El mejor libro de ciencia contemporánea escrito para legos... Lea este libro. Dos veces”
|
|
|