En 1998, Diamond obtuvo el prestigioso premio Pulitzer con su libro Armas, Gérmenes y Acero. En esa obra hace una magistral descripción de la influencia de la geografía y el medio ambiente en el destino de las sociedades humanas.
Pero la mala suerte en la repartición de las ventajas geográficas no basta para condenar una sociedad al fracaso, ni la buena suerte asegura el éxito. La forma como las sociedades tratan el medio ambiente, resultado de su cultura, creencias y capacidad de adaptación, es otro factor determinante de su éxito o fracaso. En Colapso, Diamond nos presenta una serie de ejemplos de sociedades que fracasaron o tuvieron éxito en distintas épocas. Los ejemplos más recientes son contemporáneos y los más antiguos se remontan al primer milenio de nuestra era.
Colapso no es el resultado de un activismo estilo Greenpeace, en el que importa más el ruido que la seriedad de los argumentos. Diamond ha investigado cuidadosamente, durante muchos años, los temas que trata y los desarrolla en forma lógica y consistente, lo que termina por convencer al lector de lo inevitable de las consecuencias.
Un caso que muestra éxitos y fracasos de sociedades similares en circunstancias aparentemente comparables y que cubre desde el primer milenio hasta nuestros días, es el de los asentamientos escandinavos en Norteamérica, Groenlandia e Islandia.
De estos tres sitios, Norteamérica tenía las condiciones geográficas más favorables, pero los asentamientos escandinavos allí no duraron mucho, principalmente por la hostilidad de las tribus con que se disputaban el terreno y la lejanía del país de origen, del cual dependían para obtener muchos recursos.
En el caso de Groenlandia, la situación inicial fue mejor y establecieron varios asentamientos en los cuales pudieron llevar una vida muy similar a la que estaban acostumbrados. No había otros habitantes con los cuales competir y encontraron praderas que les permitieron establecer actividades de ganadería y lechería. Como la distancia del país de origen era mucho menor, mantuvieron contacto durante varios siglos y de allí recibieron no sólo recursos materiales sino espirituales, como los obispos, las imágenes y los textos religiosos que les facilitaba la práctica del cristianismo.
Pero la llegada de los escandinavos a Groenlandia ocurrió en una época en que el clima era inusualmente benigno. A medida que pasaron los años las condiciones se fueron deteriorando, las áreas cultivables se redujeron, los períodos en que el ganado podía pastar en las praderas se acortaron y la producción de forraje para alimentarlo durante el invierno se redujo hasta que ya no fue suficiente para mantener todos los animales y se vieron obligados a sacrificar algunos. El mal tiempo contribuyó a dificultar las comunicaciones con Escandinavia, lo que terminó por impedirles la importación de animales para cubrir los que eran sacrificados, hasta que, finalmente, la cantidad de hielo flotante hizo imposible toda navegación y la población murió, paulatinamente, de hambre.
Esto parecería un resultado inevitable dado el enfriamiento gradual, si no fuera porque después de los escandinavos, se establecieron en Groenlandia esquimales procedentes de Norteamérica, quienes no sólo prosperaron, sino que hoy siguen tan campantes.
A diferencia de los escandinavos que quisieron forzar el establecimiento en Groenlandia de una sociedad similar en todos sus aspectos a aquella con la cual estaban familiarizados, sin tener en cuenta las diferencias geográficas y ambientales, los esquimales estaban completamente adaptados a las condiciones extremas y dependían para su sustento y supervivencia de recursos en los que su nuevo hábitat era particularmente rico: la pesca y la caza de los grandes mamíferos polares. Es una ironía que en presencia de esta riqueza los escandinavos hayan muerto de hambre, pero en su cultura, el pescado y los productos derivados de mamíferos diferentes al ganado vacuno, simplemente, no se consideraban apropiados para el consumo humano. Los esquimales aprovechaban no sólo la carne sino la totalidad de los animales que cazaban: las pieles para confeccionarse ropa adecuada a las condiciones reinantes y para construir kayaks cuya maniobrabilidad les permitía moverse como peces entre los hielos flotantes; los huesos para elaborar diversas herramientas sin tener que depender de metal importado, y la grasa para utilizarla como combustible en lámparas.
Después de la llegada de los esquimales, era de esperarse que los contactos con los escandinavos hubieran servido para que éstos aprendieran lo mucho que los nuevos pobladores podían enseñarles. Desgraciadamente no fue así. Los escandinavos despreciaban a los esquimales como bárbaros paganos y los únicos registros que se conservan de sus contactos con ellos, se refieren a la extraña forma como la sangre brotaba de las heridas que les causaban en sus nada amigables encuentros.
En el caso de Islandia, la historia comienza con condiciones ideales para el establecimiento de una sociedad como la que existía en el sur de Noruega: el suelo era fértil y la mayoría de las especies eran similares a las que ya conocían; el clima era moderado por la corriente del golfo y los asentamientos iniciales empezaron a prosperar. Sin embargo, con el tiempo surgió un problema relacionado con la fragilidad del suelo: la fertilidad que encontraron inicialmente era el resultado de una acumulación de nutrientes durante siglos, al establecerse una actividad agrícola, acompañada de rebaños de vacunos, ovejas y cabras, se empezó a agotar rápidamente el suelo, el cual no alcanzaba a recuperarse, principalmente, por lo corta que era la estación en que podía crecer la vegetación.
En Islandia los escandinavos aprendieron de sus errores y asumieron una actitud extremadamente conservadora, y trataron de evitar todas las prácticas que eran evidentes que deterioraban el ambiente, pero también fueron reacios a adoptar otras que hubieran podido favorecerlos. A la larga, la economía se orientó a la explotación de los recursos marítimos abundantes en las aguas que rodean la isla. Hoy en día, la principal industria es la pesca y hay grandes aprovechamientos de energía hidráulica y geotérmica resultado, esta última, de la gran actividad volcánica que caracteriza la isla. El resultado neto es que el producto per cápita de Islandia es uno de los más altos del mundo, superior al de Francia o Alemania. |