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Prensa - Libros
Jorge Eduardo Estrada Villegas

Separata

Julio Silva-Colmenares1
PhD en economía, Escuela Superior de Economía de Berlín; Doctor en Ciencias Económicas, Universidad de Rostock (Alemania); Director del Observatorio sobre Desarrollo Humano en Colombia.
obdehumano@fuac.edu.co

Resumen

Este artículo presenta los resultados de una investigación más amplia sobre la misma temática, en donde se revisa la concepción que sobre la felicidad viene desde la Antigua Grecia hasta nuestros días, destacando, en especial, la inclusión de la idea del derecho a la búsqueda de la felicidad en la Constitución de los Estados Unidos. También presenta las diferencias sustanciales que existen entre concepto y categoría científica, y analiza las dificultades para que pueda lograrse una definición de felicidad que tenga la condición de categoría válida para varias ciencias. Luego revisa los resultados paradójicos que muestran las principales encuestas mundiales sobre percepción de felicidad o satisfacción, en especial en lo relacionado con el lugar que ocupa Colombia, y finaliza con la propuesta de implementar un nuevo modo de desarrollo humano, sobre la base de la realización de la libertad y la búsqueda de la felicidad, lo que será una de las nuevas responsabilidades del Estado en el siglo XXI.

Palabras claves

Categoría científica, felicidad, libertad, modo de desarrollo humano, satisfacción.

Abstract

This paper presents the results of a broader investigation on the concept of happiness that comes from Ancient Greece to the present day, highlighting the inclusion of the pursuit of happiness in the United States Constitution. It also presents the substantial differences between some scientific concepts and categories, and discusses the difficulty to reach a definition of happiness as a category applicable to several sciences. The paper analyses the paradoxical results of the major global surveys on perceptions of happiness or satisfaction, with particular care for the Colombian happiness data. Finally, the paper propose to implement a new mode of human development, based on the achievement of freedom and the pursuit of happiness, which will be one of the new responsibilities for the states in the 21 st century.

Key words:

Scientific category, happiness, freedom, mode of human development, satisfaction.

Introducción

Este artículo es el resultado de la investigación del mismo nombre, cuyo objeto fue “realizar una revisión exploratoria respecto a la concepción que distintas ciencias y corrientes del pensamiento tienen sobre la felicidad, y la posibilidad de que se le considere como una categoría, así como sobre los factores sociales e individuales que la explican, y los efectos sobre la vida de las personas y el desarrollo de las sociedades (en especial), su integración a un nuevo paradigma de desarrollo, en donde se sustituye la concepción usual de modelo económico por la más compleja de modo de desarrollo”.

1. Felicidad: aspiración milenaria de la humanidad

Si bien no hay una definición unívoca sobre la felicidad, debe tenerse en cuenta que no es un anhelo reciente de la humanidad, así como tampoco es de hoy la estrecha relación que se establece entre felicidad y libertad. Hace 26 siglos, en la Grecia antigua, una de las primeras menciones sobre la felicidad es atribuida a Tales de Mileto (624?-548 a.n.e.). Casi dos siglos después, Demócrito (460?-370 a.n.e.) hace referencias sustanciales sobre la felicidad y Aristóteles (384-322 a.n.e.) plantea que el fin último del ser humano es la felicidad, pero no reducida al placer, los honores o la riqueza, sino como la manera de ser conforme a ciertos valores. Sorprende que una definición tan anterior en el tiempo, contemple como esencial lo mismo que hoy se pretende recuperar: la felicidad es una opción individual que tiene que ver con los valores que cada persona reconoce o acepta. Ya hacia finales de la Edad Media y principios del Renacimiento, en la Ciudad-Estado de Florencia, se trata de emular la Atenas de los siglos IV y V a.n.e., el siglo de Pericles, quien fue uno de los primeros gobernantes conocidos que quiso hacer de la felicidad una política de Estado.

Del Renacimiento brota la época de la Ilustración, caracterizada por una corriente del pensamiento cuyos representantes procuraban eliminar los defectos de la sociedad existente sobre la base de divulgar las ideas del bien y la justicia, así como el conocimiento científico. Uno de sus principales representantes fue Jean Jacques Rousseau (1712-1778), filósofo, sociólogo y teórico de la pedagogía, quien en su Discurso sobre el Origen de la Desigualdad entre los hombres (1755) plantea que los seres humanos, en estado natural son, por definición, inocentes y felices, y que es la civilización la que impone la desigualdad, en especial a partir del surgimiento de la propiedad privada, lo que les acarrea la infelicidad.

Luego, hay que mencionar la Declaración de Independencia de Estados Unidos (1776), pues en ella se plasma en un documento de Estado, por primera vez en la sociedad moderna, la idea de que la búsqueda de la felicidad es un derecho inherente e inalienable de todos los seres humanos, para lo cual se requiere la plenitud de la libertad. La idea de la búsqueda de la felicidad impactó de manera muy positiva al Libertador Simón Bolívar, quien varias veces la utilizó en su prolífica producción escrita. Quizá la mención más conocida es aquella donde, en el extenso discurso de instalación del Congreso de Angostura (1819), reza así: “El sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social, y mayor suma de estabilidad política”. Este sucinto repaso histórico muestra que de manera lenta pero persistente avanza la idea de que un mundo mejor es posible, y que para llegar a ese mundo es necesario avanzar también en el reconocimiento de la felicidad como un objeto de estudio científico.

2. De los conceptos a las categorías

Si bien parece un contrasentido, el idealismo clásico alemán fue fundamental en el desarrollo de la dialéctica, ya que pasó a considerar la realidad no sólo como objeto del conocimiento sino también como objeto de la actividad científica. En este sentido es fundamental la idea dialéctica que reside en las «antinomias» kantianas y en el sistema idealista de Hegel. Sobre esta base Carlos Marx y Federico Engels desarrollan la dialéctica materialista, que es una doctrina no sólo ontológica sino también gnoseológica, que estudia las cosas y los fenómenos por lo que son en el proceso del desarrollo y llevan implícito, como tendencia, su futuro, al tiempo que reconoce que todo concepto o categoría lleva la impronta de la historicidad. Aunque suena paradójico, a medida que avanza la investigación científica los procedimientos y técnicas probabilísticos encuentran mayor y mejor uso, abriendo el camino, por tanto, al método dialéctico. Se impone, así, el paso del pensamiento único al pensamiento diverso. Ya no se considera sólo como científico a lo relativo a la naturaleza y al ser humano, como ente biológico, ni tampoco como ciencias en forma exclusiva a las ciencias naturales y técnicas, como lo expresa cierta exageración positivista. Sobre la sociedad y el pensamiento es posible el conocimiento científico por medio de las ciencias sociales y humanas.

La distinción entre categorías y conceptos generales, particulares y específicos, se hace cada vez más complicada, pues el mismo proceso de diferenciación de las ciencias para conocer mejor la realidad, de un lado, y su progresiva fusión para estudiar en forma inter, multi y transdisciplinaria los problemas, de otro lado, hace que crezca de manera acelerada el número de categorías y conceptos específicos y particulares, pero plantea, al mismo tiempo, la necesidad de categorías y conceptos más generales, que faciliten la integración y la comunicación. Las categorías y los conceptos de las ciencias naturales y técnicas se caracterizan por expresar, en términos generales y no de manera exclusiva, regularidades unívocas, mientras las categorías y los conceptos de las ciencias sociales y humanas son la expresión de regularidades probabilísticas. Las leyes o regularidades que están detrás de las categorías y los conceptos de las ciencias sociales y humanas son leyes-tendencia, resultantes de conjuntos de fenómenos homogéneos, fortuitos a menudo, que se hacen «realidad» sólo en la aproximación, en la tendencia, o en la media.

Los conceptos se forman, en lo fundamental, mediante los procedimientos lógicos del análisis y la síntesis; la abstracción y la generalización. El concepto existe en una envoltura lingüística material y la palabra es el vehículo de los conceptos, aunque el concepto no es idéntico a la palabra. A su vez, las categorías son formas de concientización en los conceptos de las propiedades y leyes más generales y esenciales de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento. Puede decirse que la formación de las categorías ocurre por el camino de lo concreto a lo abstracto -en un proceso de descomposición o análisis- y de lo singular a lo universal. En cambio, el conocimiento de la realidad -que utiliza a las categorías- se materializa en la marcha de lo abstracto a lo concreto -en un proceso de recomposición o síntesis- y de lo universal a lo singular.

La parte más ardua del trabajo científico consiste –siguiendo la dialéctica materialista propuesta por Marx- en apropiarse de lo concreto, de la realidad, y reproducirlo en el cerebro como un concreto espiritual, para extraer el nuevo conocimiento científico que se deduce de ese concreto mental, con las modificaciones que impone en las abstracciones, categorías o conceptos existentes el reflejo dialéctico, la realidad cambiante que contiene ese concreto espiritual. En este sentido, la investigación es el movimiento del pensamiento que va de lo concreto en la percepción a lo abstracto, en el cerebro, y de lo abstracto de nuevo a lo concreto, pero entendido esta vez sobre una base nueva superior. El paso de lo simple a lo complejo -como movimiento del desarrollo- y de lo concreto a lo abstracto -como movimiento del pensamiento-, es condición previa para llegar al análisis de lo complejo y al descubrimiento de lo abstracto. Y partiendo de ello, encontrar las relaciones y regularidades de todo proceso para poder deducir las categorías y las leyes. Es decir, en el proceso de desarrollo se «universalizan» determinantes que se expresan en las abstracciones o categorías más generales.

Al destacar el paso de lo concreto a lo abstracto, esto es, de la realidad al concepto o categoría, no significa que se considere al concepto o categoría como simple reflejo de la realidad. En el proceso de asimilación cognoscitiva de la realidad no puede prescindirse de la conciencia del sujeto cognoscente, que al mismo tiempo es parte de la realidad. La realidad no puede pensarse más que como realidad humana, como la «naturaleza humana total». Los conceptos y categorías responden a un reflejo de la realidad, mediado por el pensamiento humano. En lo concerniente al tema de esta investigación, corresponde al paso de las sensaciones externas, que por muy diversos medios recibe el cerebro, y que a través de reacciones químicas y eléctricas transforma en el percepción o sensación de felicidad, para de ahí poder abstraer la categoría científica de felicidad, esto es, que sea útil, en sus aspectos más generales pero definitorios, para un conjunto de ciencias o subdisciplinas.

En el proceso de reproducir en el pensamiento, interpretar y transformar la realidad, toda ciencia actúa y se desarrolla sobre la base de la utilización de categorías o conceptos generales, que permiten la expresión del pensamiento humano, en general, y categorías o conceptos específicos, que permiten la expresión del pensamiento sobre una particular realidad. El ascenso de lo abstracto a lo concreto implica partir de lo más general o universal, de lo más reciente, actual o nuevo, de los llamados «conocimientos de punta o de frontera», para poder efectuar la mejor «disección» o análisis posible del objeto investigado. Pero esta fase no puede cumplirse si no ha sido antecedida por el paso de lo concreto a lo abstracto, como principio de desarrollo del conocimiento. Si bien el paso de lo concreto a lo abstracto y el ascenso de lo abstracto a lo concreto pueden separarse, para el ser humano, como humanidad, se entrelazan en una unidad dialéctica en donde la experiencia y el conocimiento nuevo niegan, en un plano superior, la experiencia y el conocimiento anterior o viejo.

El otro principio fundamental que recoge la dialéctica materialista, entendida como metodología, corresponde a la unidad entre lo histórico y lo lógico. Podría decirse, de manera muy general, que la fase de análisis corresponde al proceso de investigación, en sí, con preponderancia del paso de lo concreto a lo abstracto, esto es, de conocimiento de lo histórico; en cambio la fase de deducciones o abstracción de nuevos conceptos, categorías y leyes corresponde al proceso de exposición, con preeminencia del ascenso de lo abstracto a lo concreto, es decir, del descubrimiento de lo lógico. Hay que insistir en que lo histórico es la vida misma, mientras lo lógico es la esencia de la vida. Por tanto, la lógica de la teoría debe reflejar, en síntesis dialéctica, la lógica de la propia vida.

3. Felicidad: categoría científica en «construcción»

Sin duda, hablar de felicidad en algunos medios académicos todavía suena extraño, pues se le considera un asunto superficial o trivial. Pero avanza con rapidez el reconocimiento de la felicidad como algo importante en la vida de las personas, pero que también tiene efectos significativos en la vida de la sociedad. En 2006 el reconocido diario estadounidense, The New York Times, informaba que en más de 200 universidades se ofrecen diversos cursos que tienen como tema central la felicidad; incluso en la prestigiosa Universidad de Harvard es la clase electiva con mayor asistencia. El fundamento teórico de esta electiva, la Psicología Positiva, es un movimiento científico fundado en 1998 por el profesor Martin Seligman, de la Universidad de Pensilvania, para acercarse de una manera nueva a la complejidad de la psiquis humana. Seligman y otros colegas suyos plantean que, en lugar de concentrarse en el estudio de las patologías de la conducta, la Psicología debe reorientarse hacia el análisis y el realce de las fortalezas de las personas, para que puedan vivir mejor en el presente, se preparen para el futuro y no se encadenen al pasado. Podría decirse que es una especialidad de la Psicología que estudia no los problemas de la gente sino lo que la hace feliz, sin negar las dificultades. Como puede verse, la Psicología Positiva es un medio auxiliar valioso para entender la búsqueda de la felicidad en el proceso de desarrollo humano, ya que la felicidad se mueve en el campo de las opciones del individuo, de aquello que es valioso o a lo que le da valor cada persona, para lo cual juegan un papel determinante sus fortalezas.

En ese sentido, las relaciones personales son más importantes para la percepción de felicidad que la riqueza o el poder. Por eso, investigaciones con más fundamento psicológico que económico, señalan que la felicidad no depende tanto del nivel de la riqueza o del ingreso personal, sino más bien de comparar la situación propia con la de otras personas, sean cercanas o distantes. Así mismo, no hay que confundir alegría o tristeza con felicidad o infelicidad, pues se puede estar alegre y ser muy infeliz o a la inversa. Para ser feliz no se tiene que ganar siempre o no tener problemas. Más bien la felicidad tiene relación con las llamadas corazonadas, cuando la intuición sobrepasa a la razón, o con la sensación de haber cumplido con el deber o de realizar los actos que son deseables por si mismos. Para otras personas la felicidad es la congruencia entre lo que se piensa, se dice y se hace, con propósitos y metas claras. De alguna manera, la felicidad es una percepción relativa, pues tiene que ver con los demás y con el entorno.

De otro lado, la Neurociencia, en términos generales, y la Neurobiología, de manera más específica, pueden también hacer aportes significativos al conocimiento científico de la felicidad. Ahora no sólo se trabaja con ahínco para estudiar con mayor profundidad la actividad cerebral, sino que también se avanzan hipótesis y se adelanta experimentación para identificar en el cerebro la zona en donde se produce la percepción o sensación de la felicidad. No obstante, otros estudiosos del ser humano dicen que se está lejos de poder identificar la felicidad en el cerebro, puesto que es algo más complejo que el placer, campo en el cual se han logrado resultados más concretos.

Como un resultado específico de las ciencias sociales, se ha encontrado, con ayuda de la Estadística, que la felicidad, o la satisfacción con la vida, respecto a la edad, muestra una curva en forma de u alargada; en los primeros años de la vida los seres humanos muestran un alto nivel de felicidad o satisfacción, el que se reduce de manera sustancial hacia los 20 y 30 años, se estanca o detiene hacia los 40 y luego, hacia los 50 ó 60 años, asciende de nuevo.

No es fácil, por tanto, «construir» una concepción de la felicidad que tenga el vigor de una categoría científica, pues existen muy diversas formas de acercarse a ese sentimiento o sensación. Lo primero que resalta es que la felicidad es una percepción muy individual, una «opción individual» y, por tanto, una apreciación muy subjetiva de la vida. No depende tanto del entorno –aunque no puede prescindirse de él-, cuanto de aquello a lo que cada persona da valor o corresponde a lo que le interesa o aspira. «Opción individual» que debe respetarse mientras no afecte de manera negativa a otras personas o, incluso, a la propia persona, y para cuya realización es condición necesaria la libertad, entendida como un «producto social», esto es, resultado del esfuerzo mancomunado de la sociedad para garantizar a todas las personas las condiciones de una vida digna, incluido un amplio «abanico» de oportunidades. En ciertos medios se define la felicidad como la apreciación subjetiva de la vida como un todo, pero de la vida que le gusta a cada uno vivir.

También puede verse la felicidad como una condición subjetiva vinculada a la genética, la salud, la personalidad, el nivel de ingresos y las expectativas. La palabra feliz no es fácil de definir, y significa cosas diferentes para cada persona. Los estadounidenses equiparan la felicidad con la autoestima y el éxito personal, mientras que para los japoneses deriva más de la autodisciplina y del cumplimiento de las obligaciones de cada uno con la familia, la empresa y la comunidad.

Como la felicidad es más un sentimiento de satisfacción subjetiva, difícil de medir, no se logra con la sola posesión de bienes, y es distinta a la idea común de satisfacción, en si, que es más objetiva, ya que se sobrentiende está más sujeta a la disponibilidad de cuestiones tangibles o intangibles. También es distinta a la idea de bienestar, aunque ahora se maneja el concepto de bien-estar, lo que tiene una connotación más cercana a la felicidad. Si bien se ha comprobado que disponer de más bienes y servicios, ya sea para el consumo o la acumulación, no conduce a la felicidad, hay que tener en cuenta que sin la utilización de una «canasta mínima», de bienes y servicios, es difícil alcanzar la sensación de felicidad. O sea, sin ciertas satisfacciones mínimas, sobre todo de lo que es imprescindible o básico, es imposible pensar en la felicidad de las personas, lo que de alguna manera tiene que ser preocupación de la sociedad, en especial de su forma organizada: El Estado.
«Canasta» que siempre será variable, pues está determinada por las circunstancias histórico-concretas en que se desenvuelve cada ser humano y el nivel de satisfacción de las necesidades. A medida que se pasa de la satisfacción de las necesidades de subsistencia –que por ser básicas son muy homogéneas, pues son similares para cualquier ser humano-, las demás necesidades son más heterogéneas, por lo diversas, pero son las fundamentales para el avance de la humanidad y el incremento de la actividad económica. O también puede hablarse de ascenso en la escala de las necesidades, cuando se avanza de las necesidades materiales a las sociales y espirituales, en cuyo caso se va pasando de bienes y servicios muy concretos y genéricos, a bienes y servicios muy específicos y abstractos. Podría decirse que si en los siglos anteriores se avanzó bastante en la satisfacción de las necesidades materiales y sociales –aunque no puede negarse que en los países pobres aún millones de personas padecen de la insatisfacción de necesidades como la alimentación, la vivienda, el vestuario, la educación y la salud, entre las básicas-, la centuria en curso se caracterizará por la satisfacción de las necesidades espirituales. En este caso se distinguen, por ejemplo, los nuevos bienes y servicios que tienen que ver con la utilización del tiempo de descanso u ocio, que ha aumentado de manera sustancial en el último siglo, y en cuyo uso se refleja más la individualidad del ser humano.

Pero el abuso de la sociedad de consumo o consumismo, no conduce a la felicidad, aunque no faltan quienes plantean que el hedonismo es consubstancial a la economía moderna. Esto ha llevado a pensar que el objetivo vital es alcanzar el placer. Como dicen algunos, el dinero si compra la felicidad. Se argumenta que la gente adinerada tiene un índice de satisfacción con su vida mayor que el correspondiente a la gente pobre, aunque existen mediciones, como se verá más adelante, que contradicen esta idea. En cambio, otros analistas consideran que la manipulación del consumo, que es evidente hoy en muchos aspectos, más bien restingue la libertad, porque esclaviza a la persona, por ejemplo, al dictado de la moda. En comprobación, algunas investigaciones han encontrado que los estadounidenses son impulsados por una especie de adicción que afecta los centros de placer, en el cerebro, hacia la búsqueda de estatus y la posesión de cosas, lo que no siempre conduce a la felicidad.

Otros expertos plantean que el debate debe ser sobre qué tan intenso es el efecto del dinero sobre la felicidad. Un estudio de la Universidad de Princeton mostró que la sensación de mayor bienestar con mayor ingreso es bastante ilusoria. Según sus resultados, la probabilidad de sentirse más felices con mayor ingreso es muy similar entre quienes tienen ingresos familiares de 90 000 dólares anuales o más y las personas con ingresos entre 50 000 y 89 999 dólares: las tasas fueron de 43% y 42%, para los dos grupos, aunque debe tenerse en cuenta que el segundo grupo está muy por encima del umbral de la pobreza en Estados Unidos.

Así como puede decirse que la felicidad es algo subjetivo a nivel individual, también es una cuestión objetiva a nivel social, pues corresponde a una de las más milenarias aspiraciones de la humanidad. De su análisis no sólo se ocupan las ciencias que estudian al ser humano, sino ahora, y con mucho énfasis, las ciencias que estudian la sociedad. Por eso la felicidad se ha convertido en motivo de estudio en muy diversos centros de investigación en todo el mundo, así como de muy variadas encuestas sobre su percepción, que persiguen encontrar razones explicativas sobre su presencia o ausencia en diferentes grupos humanos. Hay que recordar que durante el siglo 20 se produjo en el campo de las ciencias de la sociedad una abundante literatura sobre el significado y las implicaciones de la felicidad, vinculada, en particular, a las ciencias económicas, sobre todo a las concepciones teóricas de la Economía del Bienestar, con su complemento teórico y práctico en el Estado del Bienestar, y ahora se abre camino la Economía de la Felicidad.

Por eso en la Economía empezaron a oírse expresiones que suenan a herejía para mentes rígidas, como vida gratificante, solidaridad social, capitalismo con rostro humano, Felicidad Nacional Bruta y otras similares. Muchos de los estudios que se adelantan desde el campo de las ciencias sociales sobre la felicidad y su relación con aspectos tales como el ingreso, la edad, el sexo, la posición social, el estado civil, la movilidad social, la confianza y la ocupación, entre otros, arrojan más preguntas que respuestas, pues los resultados son bastante paradójicos.

Un ejemplo de resultado paradójico: A medida que aumentó la productividad durante los últimos cien años, a un ritmo que fue por lo menos cuatro veces superior al incremento de la población -lo que dejó obsoleto todo argumento maltusiano sobre déficit de la producción respecto a la población, válido antes de la Revolución Industrial-, también aumentó la brecha entre países y personas ricas y países y personas pobres. Y este fenómeno no es reciente, pues viene ocurriendo desde finales del siglo 19, sin que la sociedad humana, como un todo, se oponga a tal tendencia regresiva. Como es natural, una distribución más equitativa del excedente no conduce, de manera mecánica, a la felicidad, y ni siquiera al bienestar, pero ayuda. Por eso no son indicadores suficientes de la felicidad, y ni siquiera del bienestar, variables tan agregadas como el Producto Interno Bruto o medidas como la tasa anual de incremento del PIB per cápita, que dicen mucho y no dicen nada, pues no permiten ver las condiciones concretas en que viven las personas. Hay que «construir» variables nuevas y tipos nuevos de medición, que amplíen de manera significativa el panorama no sólo de la Economía sino de todas las ciencias sociales, lo que hará más complejo el trabajo científico, pues se sustituye lo cuantitativo por lo cualitativo.

También desde otros campos del conocimiento hay preocupación por la felicidad, ya sea para conocerla como fenómeno individual y social o para coadyuvar en su búsqueda. En la literatura son abundantes y excelentes los ejemplos sobre lo que se entiende por felicidad o bien-estar, o lo que significa para los seres humanos, como estado del espíritu. Desde la Administración, como ciencia muy cercana a la Economía, la Psicología y la Sociología, se enseña que no siempre el éxito conduce a la felicidad y se hace la pregunta: ¿Si los seres humanos son el principal capital de una empresa, y para los seres humanos es importante la felicidad, porqué no al lado de un director comercial o financiero, existe en las empresas el cargo de director de felicidad? Pero para lograr esto son necesarios cambios profundos en la política gubernamental de empleo y salario y distribución del ingreso, en la orientación y administración de las empresas, cualquiera sea su naturaleza jurídica, y en la organización de las familias y la destinación del ingreso hogareño. Por eso, la felicidad no puede ser sólo un asunto personal y tiene que convertirse también, poco a poco, en un propósito social.

Como se desprende de este trabajo exploratorio, no ha sido fácil «aislar» o identificar aquellos elementos que pueden ser generales a las diversas aproximaciones y que permitan hablar de la felicidad como una categoría que puede ser común a un amplio catálogo de ciencias, ya sea que estudien al ser humano, como las ciencias de la salud, en especial la Psicología, la Medicina y la Neurobiología, o a la sociedad humana, como la Economía, la Sociología y otras disciplinas del mismo campo. Puede decirse que en esta exploración pudo avanzarse hasta el momento en que el análisis permite identificar los elementos que diferencian las concepciones en distintas ciencias, pero falta profundizar para dar el «salto dialéctico» a la síntesis, es decir, a la unidad de estos elementos en una definición de carácter general. Y es comprensible esta dificultad, pues al ser la felicidad no sólo un fenómeno muy individual, personal, sino también muy diverso, según las circunstancias de tiempo y lugar, no es fácil alcanzar la síntesis. Pero no es imposible; en la ciencia siempre hay que tener en cuenta la sabia admonición del verso de Machado: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”.

4. La difícil medición de la felicidad

En distintos centros de investigación en el mundo se hacen esfuerzos para poder medir, de cierta manera, algo tan inasible y complejo como la felicidad. En consecuencia, las encuestas o estudios arrojan resultados muy diversos sobre realidades que, en apariencia, son similares, o resultados tan paradójicos, que a veces o «niegan» la realidad, aunque ella está ahí, tozuda, o llevan a dudar de lo que «aparece» como la realidad. En el caso concreto de Colombia, ocupa posiciones muy disímiles según el tipo de percepción que quiera medirse, ya sea muy objetiva, mediada por cuestiones concretas o tangibles, o muy subjetiva, sujeta a cuestiones abstractas o intangibles. Estos resultados, como es natural, también dificultan la aproximación a una definición más general de felicidad.

En 2004 la revista Cambio sorprendió a sus lectores con un extenso informe titulado El País más Feliz del Mundo, preparado con base en resultados de un estudio que realiza con frecuencia la Universidad Erasmus de Rótterdam (Holanda) y confirmados con una encuesta que hizo la firma Datexco para la revista. Para ese año, según el World Database of Happiness, un registro permanente de estudios e indicadores sobre la felicidad en el mundo que lleva esa universidad, Colombia ocupó el primer puesto, con una calificación de 8,1 sobre 10 y el segundo lugar Suiza, con una calificación de 8,0 sobre 10, pero Suiza tenía en ese momento el segundo lugar por ingreso per cápita en el mundo, con US$36 170, mientras Colombia tenía un ingreso 20 veces inferior al suizo. Ante tales resultados es posible preguntarse: ¿Por qué en la pobre y violenta Colombia la gente se siente más feliz que en la rica y apacible Suiza? Una aproximación a la respuesta –aclara la revista- podría ser la sorprendente capacidad de quienes viven en Colombia de “ver el vaso medio lleno en lugar de verlo medio vacío”.

En la encuesta contratada por Cambio con Datexco los resultados, en calificación promedio, son iguales a los del World Database Happiness: 8,18 sobre 10. Si bien la encuesta de Datexco muestra diferencias por estratos sociales, no son abismales; mientras en el estrato 5 se encontró la calificación más alta, 8,46, en el estrato 1 apenas bajó a 8,10, pero en el estrato más alto, el 6, la calificación fue de 8,00. Como resalta la revista, el dinero no parece ser una buena explicación para la felicidad, aunque otros investigadores piensan diferente.

Asimismo, en encuestas realizadas por la firma Gallup entre 600 personas en las cuatro principales ciudades de Colombia, ante la pregunta ¿En general y teniendo en cuenta todo, qué tan feliz es usted?, las respuestas fueron las siguientes: muy feliz 38% y 39% en diciembre de 2002 y de 2003; para los mismos años en las opciones relativamente feliz fueron de 48% y 44%; poco feliz 12% y 14%, y nada feliz 2% para los dos años. Así, el porcentaje acumulado de respuestas muy feliz y relativamente feliz alcanzó el 86% y 83% para el final de 2002 y de 2003, cifras que se aproximan bastante a los resultados de la Universidad de Erasmus y de Datexco.

Igualmente, el Estudio Colombiano de Valores, adelantado por la empresa Raddar y que forma parte del Estudio Mundial de Valores (World Value Survey) liderado por el Instituto de Estudios Sociales de la Universidad de Michigan (E.U.), encontró que en el año 2005 el 52% de las personas entrevistadas se consideraban muy felices, el 33% bastante felices y el 14% no muy felices; el restante 1% corresponde a los que se consideraban nada felices o que no respondieron. Como se observa, los resultados concuerdan con otros estudios: 85% de las personas se consideran muy felices o bastante felices, lo que sigue planteando preguntas retadoras al mundo académico.

Como contribución a las hipótesis que habría que despejar, el mismo estudio encontró que para el 72% de las personas la religión era muy importante y para el 17% algo importante. Similar relación entre nivel alto de felicidad y profundo sentimiento religioso se ha encontrado en otras partes del mundo. Cuando se habla de felicidad y religiosidad, es necesario recordar la experiencia que adelantan en Bhután, un pequeño reino budista incrustado en el Himalaya con no más de 700 000 habitantes, en donde han propuesto que la medición de la Felicidad Nacional Bruta sea tan importante, o quizá más importante que el Producto Interno Bruto. En cambio, otra Encuesta Mundial de Valores, realizada en 2004, encontró que la gente más feliz del mundo vive en Nigeria, seguida por México, Venezuela, El Salvador y Puerto Rico, sin que Colombia apareciera en los primeros puestos.

Ante tales resultados, el Observatorio sobre Desarrollo Humano de la Universidad Autónoma de Colombia propuso a los profesores Carmenza Ochoa y Juan Benavides adicionar, a una encuesta que debían realizar, algunas preguntas que tuviesen una intención parecida a las mencionadas en la revista Cambio. La encuesta2 se realizó en 3 barrios de estratos 1 y 2, situados a lo largo de los cerros orientales de Bogotá y fue respondida por 142 personas. Una de las preguntas «clave» de la encuesta era la siguiente: Si un genio le diera a escoger tres deseos, ¿cuáles escogería de los siguientes? Y la opción se ofrecía sobre diez deseos posibles. Los tres deseos más escogidos fueron: mejor salud, con alrededor del 21%, y más educación y mejor vivienda, con casi 14% cada uno; los tres suman casi el 50% de las respuestas. Obsérvese que estos tres deseos corresponden a necesidades básicas, por lo que su escogencia indicaría un nivel alto de insatisfacción. Pero nótese también que son de los bienes sociales que con mayor frecuencia provee el Estado para los hogares pobres y en indigencia, a través de muy diversas instituciones y casi siempre gratuitos. Estas respuestas pueden reflejar el anhelo por un Estado más «providencialista» o más «asistencialista».

También son paradojales las respuestas a la pregunta ¿Cómo se encuentra con su vida?, teniendo en cuenta las condiciones objetivas de los hogares en que vivían los encuestados. Más del 50% respondió que se encontraba muy satisfecho y casi el 35% que relativamente satisfecho, lo que lleva a una pregunta cuya respuesta tiene profundas implicaciones teóricas y prácticas: ¿Si casi el 95% de los encuestados vivían en ese momento con un monto inferior o apenas similar a un salario mínimo mensual y eran evidentes grandes restricciones económicas, por qué el 85% se sentía, en términos generales, satisfecho con su vida, y sólo el 14% poco satisfecho y apenas 1% nada satisfecho? Por tanto, la pregunta obvia es: ¿Qué circunstancias harán que se sienta satisfecha una persona que, en realidad, es pobre o que tiene unas condiciones de vida que, desde el punto de vista de la sociedad moderna, no son las más adecuadas y, a veces, ni siquiera las que se definen como mínimas? Todo indica que ni el Estado ni el mundo académico tienen respuestas claras ante estas preguntas.

Por otra parte, al pedirles que calificaran de 1 a 5 (donde 1 es muy mal y 5 excelente) algunos aspectos de su vida, de nuevo viene la situación paradójica. Mientras en la pregunta sobre lo que se pediría a un «genio providencial», la salud y la educación fueron los deseos más apetecidos, en esta pregunta el 68% respondió que estaba conforme con su salud y el 56% con su nivel educativo. Si es tan alto el porcentaje de conformidad con la salud y el nivel educativo ¿Por qué fueron los deseos más apetecidos? Sin duda, detrás de estas respuestas lo que hay en definitiva son muchas preguntas.

Y para la pregunta final, ¿Qué tan feliz es usted?, las respuestas vuelven a ser paradójicas. En primer lugar, la abstención fue alta, pues sólo respondieron 57 personas (40% de los encuestados); de éstos, casi el 39% se siente muy feliz y el 47% relativamente feliz, para un 86% que, en términos generales, se siente feliz, lo que coincide con lo encontrado en las encuestas de la Universidad de Erasmus, de Datexco, de Gallup y de Raddar; sólo algo más del 10% se siente poco feliz y apenas un poco menos del 4% nada feliz. Lo anterior plantearía preocupantes interrogantes, que ya son motivo de análisis en ciencias tan diversas como la Economía, la Psicología y la Neurobiología, entre otras: ¿Cómo establecer mejor la relación entre la felicidad y el ingreso o, en sentido más amplio, con las condiciones materiales de vida? ¿Qué entienden por felicidad las personas de distintos niveles sociales? ¿Cómo se relaciona la felicidad con el desarrollo humano?

Si se mide el optimismo, Colombia también obtiene un alto puntaje. En una encuesta sobre Estado de bienestar en el mundo, realizada en 2006, en 135 países, los colombianos aparecen como los más optimistas de América Latina y uno de los pueblos más optimistas del mundo. En la encuesta, que tuvo como fundamento teórico la Psicología Positiva, Colombia tuvo una calificación de 6,29 sobre 10, similar a América Latina, y superior al promedio mundial que fue de 5,37, pero inferior al promedio del G8 (el grupo de los ocho países más ricos del mundo), que llegó a 6,68 sobre 10; la calificación más baja se encontró en África con 4,47.

Si se mira hacia Europa, son los habitantes de la pequeña Dinamarca quienes con frecuencia ocupan los primeros lugares en las encuestas de la Unión Europea sobre felicidad, porque son quienes han padecido muchas dificultades naturales para desarrollarse y tienen, por consiguiente, menos expectativas hacia el futuro. Por tanto, aprecian más cualquier mejoría en las condiciones de vida, según algunos estudiosos. De otro lado, se ha comprobado que los británicos eran más felices, en términos relativos, a mediados del siglo pasado que ahora, a principios del siglo XXI, cuando son tres veces más prósperos, pues el PIB per cápita se ha triplicado. Según un estudio continuado de opinión realizado por la BBC de Londres, desde mediados del siglo pasado, mientras en 1957 el 52% de las personas se consideraba muy feliz, ahora tal porcentaje ha disminuido al 36%. Para sorpresa de quienes siguen el pensamiento económico-social y político dominante, los ingleses de hoy prefieren mayor felicidad a mayor riqueza, en una relación de 81% por la felicidad y apenas 13% por la riqueza. El 48% de los encuestados manifestó que sus relaciones eran el principal factor para sentirse felices.

Esto permite entender por qué la felicidad también tiene relación con la ocupación de las personas. Como se encontró en una investigación en Estados Unidos, quienes tienen profesiones como clérigos o bomberos manifiestan un nivel alto de satisfacción con sus vidas, seguidos por ocupaciones como administradores educativos, pintores y escultores, profesores, autores o psicólogos, correspondiendo los niveles más bajos en satisfacción a quienes tienen ocupaciones manuales, que requieren poca calificación. Así mismo, el porcentaje de gente que hoy se declara feliz en Estados Unidos no es muy distinto al que se registraba hace 30 años, a pesar de que el ingreso per cápita es casi el doble. La evolución de Japón no es muy distinta.

En otra investigación realizada en 2006 por la firma consultora inglesa New Economics Foundation (NEF), que pretende determinar el éxito o el fracaso de los países a la hora de proporcionar una buena vida a sus ciudadanos, al tiempo que respetan los recursos naturales, Colombia ocupó el segundo lugar entre 178 países, correspondiendo el primero a Vanuatu, un pequeño archipiélago situado en el Pacífico, sin ejército permanente, cuyos doscientos mil y pico de habitantes se dedican a la agricultura y la pesca y tienen una esperanza de vida de 69 años. Para medir algo en apariencia tan subjetivo como la felicidad, la consultora inglesa utilizó tres variables más concretas, como la esperanza de vida, el impacto de la economía en la ecología y el bienestar de los pobladores, medido a partir de encuestas.

Pero cuando se pretende elaborar un listado de países, basado en indicadores socio-económicos que manejan entidades multinacionales como Naciones Unidas, la Organización Mundial de la Salud y UNESCO, así como muchas organizaciones nacionales, la ubicación de Colombia cambia de manera notoria, como es evidente en un estudio elaborado en la Universidad de Leicester (Inglaterra) en 2006. En ese estudio, que tiene como base la medición de lo que llaman estado de ánimo, Colombia ocupó el puesto 34 entre 177 países. Para elaborar el «mapa» del estado de ánimo se tuvo en cuenta como factores principales la esperanza de vida, el acceso a la educación y el bienestar económico, por lo que es un indicador compuesto parecido al Índice de Desarrollo Humano que calcula el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo –PNUD-. El primer puesto lo ocupó Dinamarca, seguido de Suiza, Austria, Islandia, Bahamas, Finlandia, Suecia, Bhután, Brunei y Canadá; el último puesto lo ocupó Burundi, uno de los países más pobres de África central.

Además, la evidencia estadística disponible muestra que es muy distinta la percepción que se tiene sobre la felicidad según el pensamiento socio-político de las personas. Así, por ejemplo, una investigación encontró que entre las personas que se identifican con el pensamiento de «derecha» en los Estados Unidos es mayor la proporción de quienes se declaran muy felices, 37%, mientras que entre quienes tienen la misma percepción pero se consideran de «izquierda» el porcentaje es más bajo: 30%. Al contrario, en la «izquierda» quienes se consideran no muy felices son más, casi 13%, que los de «derecha», con un poco más del 8%. Igual ocurre en Europa, aunque allí se midió la percepción de satisfacción. El nivel de satisfacción fue menor que el de felicidad en Estados Unidos, pero también con menores resultados en quienes se catalogan con pensamiento de «izquierda», aunque cada vez es más difícil hacer una distinción nítida entre «izquierda» y «derecha».

En relación con los ingresos se ha comprobado que en las personas muy pobres un ingreso adicional produce una felicidad adicional significativa, pero a medida que crece el ingreso esta relación disminuye, hasta un punto que es neutra o, incluso, puede volverse negativa, dada la seguridad que debe rodear a una persona muy rica. Pero superado el nivel crítico de ingreso, lo que importa para muchas personas es la dimensión relativa de la riqueza, esto es, comparada con otras personas o con grupos sociales semejantes o con otros momentos de la vida. Para complicar el panorama en la difícil medición de la felicidad, se ha comprobado que en América Latina decrece su nivel con la inflación, el desempleo y el empleo por cuenta propia, pues son situaciones en donde se supone disminuye el ingreso individual y, por ende, de los hogares.

Si bien se considera, en términos generales, que el ingreso no es determinante para ascender en la escala de la felicidad, si hay una distinta percepción de felicidad. Mientras en el grupo del 25% de la población estadounidense con mayores ingresos casi el 42% se define muy feliz, tal porcentaje baja al 24% en el 25% más pobre. Situación contraria ocurre con la condición no muy feliz: 6% en el grupo de mayor ingreso y 18% en el grupo de menor ingreso. Una situación parecida encontró una encuesta de la Universidad de los Andes, de Bogotá. Sobre esta base, Daniel Kahneman, profesor de Economía de Princeton y uno de los ganadores del Premio Nóbel 2002, señala que la idea de que los pobres son más felices que los ricos es un mito. La gente está satisfecha con su vida si su ingreso es mayor. Se considera más afortunada y más exitosa, ya que son más las cosas que salieron como lo esperaba, dice. Pero él y otros especialistas coinciden en que el nivel de felicidad de una persona no aumenta simplemente en relación con su cuenta bancaria; se aplica la ley de renta decreciente.

Una encuesta realizada en 2004 en Estados Unidos reveló que el 43% de las personas con ingresos familiares de US$90 000 al año, o más, declararon ser muy felices, frente a 22% de aquellas con ingresos por debajo de US$20 000 anuales. Esta percepción global es comprensible en un país que tiene uno de los más altos y sofisticados niveles de consumo, y en donde las personas prestan mucho cuidado a su ubicación en la jerarquía financiera. Como se pregunta el psicólogo Richard Lucas de la Universidad de Michigan, no está claro por qué una persona que gana US$150 000 al año se considera más feliz que otra que gana US$40 000. Y la respuesta la plantea también en tres preguntas: ¿Acaso el dinero compra la felicidad? ¿O quizás ser más feliz es lo que permite a alguien ganar más dinero debido a una mayor creatividad o energía? ¿O hay algún otro factor que produce tanto dinero como la felicidad? Sin duda, son preguntas importantes en la discusión sobre ingresos y felicidad. No obstante, debe tenerse en cuenta que ésta puede ser la situación encontrada en un país rico, como Estados Unidos, pero lo paradójico es que en un país pobre, como Colombia, las respuestas de personas que habitan en hogares que pueden calificarse como pobres dan como resultado un alto nivel de felicidad, que es lo que debe estudiarse más.

Una encuesta realizada por la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes, de Bogotá, y la empresa de investigación de mercados Invamer, en el año2006, encontró que un 23% de los colombianos manifestó estar muy satisfecho con la vida, 12% bastante satisfecho y 55% satisfecho, quedando apenas en un 10% quienes se declaran insatisfechos. Pero en cuanto al ingreso, el resultado global es muy diferente. Sólo el 16% percibe que el ingreso familiar alcanza para cubrir sus necesidades y ahorrar; al 42% de las familias les alcanza justo para vivir sin grandes dificultades, el 19% tiene dificultades, el 10% padece grandes dificultades y el 13% restante no sabe o no respondió. De nuevo, es evidente un «divorcio» entre la percepción de felicidad, satisfacción o bienestar y el ingreso de las personas. En cambio, se comprobó que los colombianos valoran más las conexiones, las llamadas “palancas”, que el esfuerzo personal.
En el caso de Suramérica, un estudio adelantado sobre la felicidad en las principales ciudades de seis países (Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela) encontró que las dos primeras ciudades por nivel de felicidad eran Caracas con una calificación de 4,54 sobre 5 y 90% de felicidad y Valencia con 4,29 y 78%, ambas situadas en Venezuela; como país, Venezuela ocupó el primer puesto con 83% y Colombia el segundo puesto con 78%. En Colombia, el orden por ciudades fue el siguiente: Cali con 4,2 y 60%, Barranquilla con 4,09 y 77%, Bogotá con 4,03 y 80% y Medellín con 3,94 y 70%. Este estudio daría a entender que los países que están al norte, como Colombia y Venezuela, son más felices que los que se encuentran al sur, quizá por ser caribeños, y que la felicidad no tiene una estrecha relación directa con la riqueza o el crecimiento económico. De nuevo, más preguntas que respuestas para la investigación.

En referencia con los resultados encontrados para Colombia, puede traerse a colación el contraste que se hace con la Colombia real, de carne y hueso, en donde se observa por doquier que la pobreza y la miseria, y la violencia y la criminalidad son hechos cotidianos. La profesora Florence Thomas, quien a pesar de ser colombiana por adopción, cree que la educación recibida en la niñez y la primera juventud en su Francia natal le dificulta entender esta realidad. “No, dice en una nota periodística. No puedo creer que Colombia sea el segundo país más feliz del mundo después de Vanuatu. (…) Creo más bien que lo que caracteriza a esta nación es una fuerza vital que le permite hacer frente a tantas adversidades, a tantas exclusiones seculares y a una precariedad consuetudinaria. ¡Alegres, si: felices imposible!”. En un sentido parecido se expresa el analista Roberto Posada García-Peña -D`Artagnan-, quien a raíz de los resultados de la encuesta de la Universidad Erasmus dijo sorprendido en una columna periodística: “No puede ser. Una encuesta publicada en Cambio confirma un estudio hecho en 112 países según el cual los colombianos somos los más felices. Y, lo asombroso, dizque vivimos felices… Enfermos pero felices, es decir, peor aún”.

El 31 de diciembre de 2006 publicó el diario nacional El Tiempo (Bogotá) un editorial de despedida del año y bienvenida al 2007 titulado Colombia y la felicidad. Comienza el editorial recordando que una “página web que promueve el turismo a Colombia en inglés define a los colombianos como la gente más simpática del mundo y explica por qué: En las encuestas sobre Felicidad, Colombia siempre aparece como el país más feliz del mundo. Termina su argumento lamentándose de que, sin embargo, “muy poca gente visita este paraíso”. Luego de relacionar casi las mismas encuestas que se han revisado en este trabajo, señala –como también se destaca en estas páginas- que “conviene recibir con cierto escepticismo las investigaciones que pretenden representar con dígitos lo que filósofos, poetas, teólogos, siquiatras y sicólogos han intentado capturar sin pleno éxito: el sentido de la dicha, la ontología de la felicidad, por qué se extravía y cómo se recupera”. Y se sorprende con tales resultados, “si consideramos la fuerte dosis de corrupción, violencia, miseria, impunidad, incomodidad, escasez de servicios y rechazo internacional que llueve a diario sobre sus cabezas” [se refiere a los colombianos]. “Los especialistas –continúa el editorial- intentan explicar tan extraño fenómeno. Las principales razones aducidas a lo largo de los años son: patriotismo, geografía espléndida y climas variados, buen humor, cultura que invita a la alegría, sólidos valores familiares, capacidad para disfrutar con las pequeñas cosas, espíritu de superación de los obstáculos”. Para terminar dice: “Nada de esto quiere decir que el colombiano se engañe sobre las precarias condiciones de su entorno ni que disfrute de manera masoquista con sus limitaciones. Sino que ha sabido mezclar realismo, resignación y buen humor en dosis que se parecen mucho a la felicidad”.

5. Hacia un modo de desarrollo humano

Durante miles y miles de años el desarrollo del género humano estuvo confiado a la espontaneidad y en muchos casos al azar. Hacia finales del siglo XX se llegó a la cumbre de los 6 000 millones de seres humanos sobre la tierra, con una cuadruplicación de la población mundial en menos de un siglo, pero más por una impresionante capacidad de adaptación para sobrevivir que merced a una búsqueda deliberada. Si se exceptúa la época griega, apenas hace un poco más de 300 años se estudia con cierto rigor científico el comportamiento de la sociedad, desde los aspectos más materiales, como la utilización de la naturaleza para satisfacer necesidades, hasta los asuntos más refinados e intrincados de la vida espiritual. Y sólo en el siglo XX se hizo consciente la idea de que es necesario «construir» el futuro, pero ya no como producto de un instinto individual sino de un proceso social, cuyos resultados no están predeterminados.

Ahora, en el gozne entre siglos y milenios, se busca, sin desconocer la incertidumbre, un nuevo paradigma del desarrollo de la sociedad humana, ante el evidente fracaso de las «recetas» utilizadas hasta hoy para alcanzar lo que se espera sea el objetivo: el desarrollo integral del ser humano, esto es, la satisfacción creciente de sus necesidades espirituales, sociales y materiales y la realización de sus capacidades y sus aspiraciones. Búsqueda que es universal y compromete no sólo a los científicos sociales, sino a toda la sociedad humana, y que debe permitir unir voluntades de muy distinta procedencia. Esta forma compleja de acercarse a la realidad puede llamarse «pragmatismo dialéctico», y es la base de un nuevo modo de desarrollo, como se verá en las páginas siguientes.

Pero antes de avanzar en este sentido hay que tener en cuenta que, si bien las ciencias que tienen como objeto de estudio la naturaleza, en todas sus manifestaciones, tienden a tener definiciones unívocas de sus principales categorías o términos propios, en el caso de las que versan sobre la sociedad y el ser humano hay más ambigüedad, no sólo por las características de la realidad estudiada, sino porque cuenta también la cosmovisión de cada científico. Las segundas son ciencias menos exactas, ya que deben contemplar factores que pueden ser desconocidos, en el primer momento, o a los que se da distinta ponderación o interpretación. Por tanto, las ciencias sociales y humanas son más complejas y difíciles que las ciencias naturales y técnicas, aunque se cree que es al contrario.

Visto lo anterior, hay que precisar mejor la diferencia entre crecimiento económico y desarrollo humano. El crecimiento económico debe entenderse como la disponibilidad, cada vez mayor, de bienes y servicios, producidos dentro de un ámbito geográfico, para satisfacer las necesidades materiales, sociales y espirituales de los seres humanos, ya sea que habiten dentro de ese ámbito o fuera de él. Como es natural, también puede haber decrecimiento económico, pero esa no es la regularidad. Y el desarrollo, también desde la visión de las ciencias económicas, debe verse como el mejoramiento de las condiciones de vida de los seres humanos por medio de la satisfacción de sus necesidades materiales, sociales y espirituales. Es decir, el crecimiento permite la disponibilidad de los bienes y servicios necesarios, lo que corresponde al campo de la oferta, de la producción, mientras el desarrollo es la utilización de esos bienes y servicios para vivir mejor, lo que corresponde más al campo de la demanda, sobre todo del consumo final. O sea: el crecimiento es el medio y el desarrollo es el fin. Por eso, ahora es necesario insistir con vehemencia en que el crecimiento económico no lo es todo, pues lo fundamental es el desarrollo integral humano. Aceptada esta concepción, puede definirse el desarrollo humano como el ascenso de las personas en la realización de sus capacidades y aspiraciones con base en la disponibilidad de oportunidades y medios, en una escala de valores histórico-concreta.

De lo anterior se desprende que las «fuentes» básicas del crecimiento económico son los distintos componentes de la demanda. Diciéndolo de otra manera, las verdaderas «fuentes» del crecimiento son el consumo interno, en especial de los hogares, y la inversión en capital fijo, que conforman la demanda doméstica, y las exportaciones, como demanda foránea, sin que ello niegue que hay que estudiar la composición y comportamiento de la oferta. En adición, hay que considerar los «motores» del crecimiento, esto es, los factores que en ciertos momentos pueden estimularlo, como son los cambios en la población, incluidos los que ocurren en el llamado hoy capital humano, el ritmo de la productividad y el contenido de la innovación, entre los principales. La distinción entre «fuentes» y «motores» debe ser nítida, pues es muy diferente su papel en el proceso económico. Mientras las primeras son fundamentales, pues sin ellas no puede haber reproducción ampliada, o crecimiento económico continuado, los segundos son complementarios, pues actúan sobre la oferta en si, modificando sus condiciones intrínsecas, o sea, son simples medios para mejorar o acelerar el crecimiento económico, ya que por si mismos no pueden mantenerlo constante. En este marco, hay que tener en cuenta que el ser humano no es un factor más de la producción sino el factor, por excelencia, de la producción, y es el trabajo humano lo que hace conmensurables a bienes y servicios muy distintos. Esa condición obedece que sólo el ser humano tiene capacidad creativa e innovadora.

La concepción moderna de que el crecimiento económico y el desarrollo humano deben ser simultáneos y complementarios, ha de convertirse en el fundamento de una nueva Economía Política que, basada en fundamentos filosóficos, políticos, éticos y humanísticos trasforme la teoría del desarrollo. En esta labor ha sido valioso el aporte del Programa de las Naciones Unidas para el desarrollo –PNUD-, que desde 1990 inició la publicación anual del Informe mundial sobre desarrollo humano, cuya preparación siempre se ha encargado a equipos independientes de científicos sociales con alta calidad académica y la más amplia experiencia. En los informes publicados se ha avanzado de manera sustancial en la «construcción» de una concepción integral, transdisciplinaria, de desarrollo humano, al tiempo que se realiza un análisis sobre la realidad mundial. El Informe abarca casi todos los países del mundo y mide su nivel de desarrollo humano según un Índice combinado que cada día es utilizado más como punto de referencia para comparar a los países. Además, se han creado otros indicadores complejos que miden variables más cualitativas que cuantitativas.

El primer Informe del PNUD sobre el Desarrollo Humano, lo definió desde sus primeras páginas como “un concepto amplio e integral. Comprende todas las opciones humanas, en todas las sociedades y en todas las etapas de desarrollo. Expande el diálogo sobre el desarrollo, pues éste deja de ser un debate en torno a los solos medios (crecimiento del producto nacional bruto, PNB) para convertirse en un debate sobre los fines últimos. Al desarrollo humano le interesan tanto la generación de crecimiento económico como su distribución, tanto las necesidades básicas como el espectro total de las aspiraciones humanas, tanto las aflicciones humanas del norte como las privaciones humanas del sur. El concepto de desarrollo humano no comienza a partir de un modelo predeterminado. Se inspira en las metas de largo plazo de una sociedad. Teje el desarrollo en torno a las personas, y no las personas en torno al desarrollo”. Y en otro momento señala que el “proceso de desarrollo debe por lo menos crear un ambiente propicio para que las personas puedan desarrollar todos sus potenciales y contar con una oportunidad razonable de llevar una vida productiva y creativa conforme a sus necesidades e intereses”.

Para avanzar por el camino hacia un nuevo paradigma para la sociedad humana, hay que sustituir como categoría principal en el análisis la concepción usual de modelo económico por la más compleja, pero esclarecedora, de modo de desarrollo. Esta distinción no es caprichosa, pues no sólo supone rescatar concepciones prístinas de la Economía Política, sino estar más cerca del contenido que llevan sus definiciones. En este sentido, podría definirse el modo de desarrollo como la forma variable y particular de satisfacer una sociedad las necesidades materiales, sociales y espirituales de sus miembros, lo que supone indagar desde lo más complejo y permanente de la organización social, como las creencias religiosas, la propiedad y la producción, hasta lo más simple y cotidiano, como los hábitos de alimentación, la moda en el vestuario y las formas de entretención. Modo de desarrollo que está «atravesado» por el contenido y el ritmo del crecimiento económico y los aspectos que se determinen prioritarios en el desarrollo humano.

De acuerdo con estas ideas, se propone la «utopía posible» de un modo de desarrollo humano basado en la realización de la libertad y la búsqueda de la felicidad. Entendida la libertad como una «construcción social», esto es, resultado del esfuerzo mancomunado de la sociedad para garantizar a todas las personas las condiciones de una vida digna, y la felicidad como la «opción individual» que se toma ante diversas oportunidades, y que debe respetarse mientras no afecte de manera negativa a otras personas o a la propia persona. En consecuencia, la libertad supone la posibilidad de resolver la necesidad, pero no bajo una ciega causalidad, sino como posibilidad que siempre implica riesgos, sin confundir las posibilidades con certidumbres imaginadas. Pero el ejercicio de la libertad no puede llevar al libertinaje, como desenfreno o uso abusivo de las posibilidades. Libertad, libre albedrío o autonomía que, por añadidura, deben ejercerse en un mundo de incertidumbre. Por tanto, si bien la libertad se realiza en el individuo, es una conquista de la humanidad que se da en el marco de la vida social.

Es decir, la satisfacción de las necesidades humanas, que cada sociedad reconoce como un valor y decide proteger para sus miembros, debe tener como garante el poder social del Estado. Pero esa protección tampoco es abstracta. Por tanto, nadie es libre si no cuenta con una dotación mínima de elementos para poder disfrutar con autonomía de esa satisfacción. Durante los siglos XVII, XVIII y XIX se avanzó en la protección de un catálogo creciente de derechos civiles y políticos. Durante el siglo XX el turno fue para los derechos sociales, los que también fueron ampliándose y profundizándose. Y el siglo XXI verá nuevos derechos, entre los que se destaca el derecho a la búsqueda de la felicidad.
A finales del siglo XX Amartya Sen lleva a la teoría del desarrollo de la sociedad humana a «dar» un salto cualitativo, pues le considera como sinónimo de la libertad. Si bien la traducción al español de uno de sus libros más conocido como Desarrollo y Libertad, da la impresión que entre libertad y desarrollo hubiese una posible disyuntiva, por el uso de la conjunción y, el título original en inglés, Development as Freedom, permite entender que entre las dos categorías existe una interrelación dialéctica: la libertad es condición sine qua non del desarrollo y el desarrollo no puede entenderse fuera de la libertad. Como dice en la Introducción a ese libro, el “hecho de que centremos la atención en las libertades humanas contrasta con las visiones más estrictas del desarrollo, como su identificación con el crecimiento del producto nacional bruto, con el aumento de las rentas personales, con la industrialización, con los avances tecnológicos o con la modernización social. (...) Si lo que promueve el desarrollo es la libertad, existen poderosos argumentos para concentrar los esfuerzos en ese objetivo general y no en algunos medios o en una lista de instrumentos especialmente elegida”.

Al complementar la realización de la libertad con la búsqueda de la felicidad, es pertinente la observación que hiciera a mediados del siglo XX el filósofo Karl Jaspers: A nadie se le puede obligar a ser feliz. La felicidad supone la libre opción, pero para que la opción sea libre debe darse en condiciones de equidad. Pero si el desarrollo va más allá del crecimiento económico y se entiende como el desarrollo pleno de los seres humanos, los Estados no tendrían, como es obvio, el derecho a «obligar a las personas a ser felices», sino la obligación de garantizarles unas condiciones mínimas para el disfrute de la felicidad. Esta idea ha ido penetrando de manera sutil pero continuada en la conciencia social.

En la línea de esa nueva responsabilidad del Estado, puede mencionarse el hecho de que la felicidad llegó a ser tema de discusión en la campaña electoral de 2006 en la impasible Inglaterra. Como dijo David Cameron, líder del partido Conservador, al respecto: “Es hora de que admitamos que la vida es más que el dinero. No se trata sólo de tener más Producto Interno Bruto. Necesitamos una nueva medida para establecer el crecimiento de nuestro Producto de Bienestar Personal”. Pero hay que insistir que en realidad no es un tema reciente, sino más bien de lento reconocimiento político. Recuérdese que ya en 1776 se introduce en la Constitución de Estados Unidos la búsqueda de la felicidad como un derecho fundamental. Otro hito importante está ocurriendo en China, el gigante asiático, que ha sido escenario de profundas transformaciones desde 1978, las que lo están llevando a la llamada «economía socialista de mercado». En octubre de 2006 una resolución del Comité Central del Partido Comunista estableció lo que han de ser las Bases Ideológicas y Éticas de la nueva China, donde la “armonía social es la naturaleza intrínseca del socialismo chino y una importante garantía para la prosperidad del país, el rejuvenecimiento de la nación y la felicidad del pueblo”. En octubre de 2007, el Congreso del Partido Comunista aprobó que la tarea principal del Estado es la “construcción de una sociedad modestamente acomodada en todos los sentidos y abrir un nuevo capítulo en la historia de la felicidad y bienestar del pueblo chino”. Para tal fin, se impulsará la discusión teórica sobre el concepto científico de desarrollo, que es lo que pretendió este trabajo de investigación con la idea de sustituir, en lo teórico, el concepto rígido de modelo económico por la concepción más amplia de modo de desarrollo, y de proponer, en lo práctico, un modo de desarrollo humano para la realización de la libertad y la búsqueda de la felicidad. Pretensión que todavía está en términos simples y exploratorios.

En conclusión, hay que partir de la premisa básica que más que un modelo económico nuevo se necesita un nuevo modo de desarrollo, el que debe entenderse no tanto como una formulación econométrica cuanto como el establecimiento de unos propósitos estratégicos que, en el marco de una concepción determinada del crecimiento económico y el desarrollo o progreso humano, propone unos resultados definidos por medio de unas políticas y medidas específicas. Bajo este supuesto, hay que modificar las bases del modo vigente en las últimas décadas, para lograr una sociedad más abierta, democrática y equitativa, resultado que requiere la más amplia participación ciudadana. El Estado, las universidades y los centros de investigación tienen que asumir con entereza la responsabilidad de avanzar en la investigación sobre esta temática, con el compromiso de hacer aportes significativos a las ciencias que estudian la sociedad y el pensamiento.

Como es natural, no se pretende exponer en detalle las ideas-fuerza y los propósitos estratégicos de un nuevo modo de desarrollo, sino sólo los fundamentos paradigmáticos de esa propuesta. Se propone una nueva sociedad, afincada en el ser humano como valor supremo. La humanización de la sociedad no puede considerarse como un resultado marginal y el ser humano tiene que volver a ser -como hace 25 siglos lo dijera Protágoras- la medida de todas las cosas, pero a la medida de hoy, cuando ya se está pasando de la «era electrónica» a la «era biológica». Ese nuevo modo de desarrollo humano debe tener como principios económicos orientadores el crecimiento económico compartido y la competencia empresarial regulada, y como ideales la realización de la libertad y la búsqueda de la felicidad, para lo cual se requiere la acción mancomunada del Estado, el mercado y la solidaridad social.

1 La investigación, que se resume en este artículo, tuvo como investigador principal a Julio Silva-Colmenares y como investigadores auxiliares, a Lilia Stella Quintero Mahecha, economista, especializada en Gerencia Financiera, magíster en Filosofía y profesora universitaria y, por parte del DANE, a Diana Stella Contreras Suárez, economista, cursante de la Maestría en Economía de la Universidad Nacional de Colombia, analista profesional en el DANE y coordinadora del grupo de apoyo a la investigación; Claudia Yanira Hernández Villamizar, psicóloga, especialista en Comunicación Organizacional y en Aprendizaje Autónomo y analista profesional del DANE, y Lina María Fajardo Suárez, economista y analista profesional en el DANE.

2 Si bien esta encuesta, por sus características, no tiene representatividad ni posee un muestreo estadístico que permita hacer inferencia, tiene una relativa importancia por el carácter exploratorio y el medio en que se realizó.

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