Introducción.
Las mujeres del país han sufrido transformaciones
sociales y culturales sobre los roles que
ejercen en la sociedad; esto se evidencia, entre
otras cosas, en el crecimiento (en un 5%) del
fenómeno de jefatura femenina en los hogares
durante el periodo intercensal 1993-2005. Este
fenómeno creciente, no solo en Colombia sino en
toda Latinoamérica, evidencia una transformación
en las estructuras de género y en la familia
en general.
La jefatura femenina de hogares, entendida
como la presencia de hogares en los que la persona
identificada como jefe por los demás miembros
del hogar es una mujer, connota, además,
que hogar y familia son conceptos diferentes, a
pesar de que están estrechamente asociados.
La precariedad de las economías neoliberales, la
inestabilidad laboral y el aumento de la pobreza
desde hace varias décadas, junto con la mejora
del nivel educativo de las mujeres, llevaron al
incremento de la participación de las mujeres en
el mercado laboral (aunque con niveles de ingreso
en general inferiores a los de los hombres) y la
consecuente caída de las tasas de natalidad; esto,
sumado al empoderamiento que han ganado las
mujeres en las últimas décadas, conlleva que
cada vez más mujeres de todas las condiciones
sociales y económicas asuman el rol de proveedoras
principales de sus hogares y sean reconocidas
por los demás miembros como tales.
Existen, sin duda, diferencias entre los hogares
encabezados por hombres y los encabezados
por mujeres. Por un lado las diferencias surgidas
de los estereotipos de género, que determinan
aspectos como las relaciones de poder en el interior
del hogar. Por otro lado diferencias en cuanto
a las condiciones de vida de estos hogares y
aspectos como la pobreza y desigualdad social.
Estudios anteriores (Rico, 1998) muestran que
estas diferencias para la década de los noventa
y para varios países, incluido Colombia, radican
en la edad y etapa del ciclo vital de las mujeres
jefas, el tamaño y la composición familiar y, muy
importante, la presencia o ausencia de un compañero,
situación que remite a la posibilidad de
aporte económico por parte del varón.
Las debatidas consecuencias de las estructuras
del hogar sobre la vulnerabilidad y los niveles
de riesgo que enfrentan estos hogares se han
planteado en varias oportunidades. Muchos
han propuesto que estos hogares son más vulnerables
debido a que existe una sola proveedora
y por tanto mayores tasas de dependencia económica,
y que esta por su condición de género
percibe menos ingresos. Otros trabajos, por el
contrario, indican que las inversiones y los recursos
accesibles a las mujeres llegan directamente
al hogar, a través de mejoras en educación, alimentación,
vivienda y salud, lo que repercute
de manera directa en el fortalecimiento de los
hogares frente al riesgo. Tanto se ha dicho sobre
la mayor vulnerabilidad de los hogares sostenidos
por mujeres, que es necesario ver qué tipo
de vulnerabilidad demográfica y económica es
la que enfrentan y cuáles serían los factores
que contribuyen a mitigar los impactos de las
eventuales crisis.
1. Antecedentes
Si bien el aumento de los hogares con mujeres
jefas es general en todo el país, tales hogares
presentan evoluciones diferentes en las zonas
de cabecera y en el resto: mientras que en las
cabeceras la jefatura femenina tuvo un aumento
del 6% con respecto al periodo intercensal 1993-
2005, en la zona de resto el aumento fue del
2,8% (tabla 1). Esto habla de un fenómeno primordialmente
urbano, al igual que en otros países,
donde las condiciones de los hogares con
una mujer a la cabeza han mostrado unas circunstancias
particulares referentes a sus mayores
niveles de vulnerabilidad y pobreza, derivadas
justamente de las inequidades laborales y
educativas de las mujeres: “dentro de los hogares
ellas generalmente asumen la mayoría de las
responsabilidades para la gestión del hogar, y
donde hay niños casi siempre es la mujer quien
asume la responsabilidad primaria de cuidarlos.
Las mujeres a menudo contribuyen más que los
hombres a la organización comunitaria” (Hábitat,
1996: 257).
En estas circunstancias, la realización simultánea
de estas actividades (llamada generalmente
doble jornada) restringe las posibilidades que tienen
las mujeres para conseguir mayores ingresos.
Se ha encontrado que “Entre los hogares de bajo
ingreso, los que están encabezados por mujeres
enfrentan por lo general ciertos problemas, ya que
ellas sufren discriminación en los mercados laborales
o en los intentos de lograr apoyo para actividades
generadoras de empleo o para la mejoría
del hogar” (Hábitat, 1996: 257).
Paralelo al crecimiento del fenómeno de la jefatura
femenina de hogares, han proliferado los
estudios sobre el tema (Parker, Todd, y Wolpin,
2006). Algunos enfocados sobre sectores
particulares, como el realizado por el Instituto
Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) titulado
“Caracterización y estructura interna de la jefatura
femenina en zonas urbanas del sector informal”,
o el trabajo de Ana Rico de Alonso (2006)
sobre “Jefatura femenina, informalidad laboral y
pobreza urbana en Colombia”, en los que se hace
énfasis en la condición de múltiple vulnerabilidad
de las mujeres, sobre todo por el hecho de
pertenecer a los sectores económicamente más
deprimidos de las ciudades.
Estos estudios, por el mismo hecho de enfocarse
en los sectores más pobres, abren el debate
sobre la asociación entre pobreza-vulnerabilidad
y jefatura femenina. Lo que en ellos se ha
mostrado es que los hogares con jefatura femenina
tienden a ser más pobres que los encabezados
por hombres en las mismas condiciones
de subempleo e informalidad. Sin embargo, en
otros trabajos más recientes focalizados sobre
todos los sectores de la población como son los
trabajos de PROFAMILIA a través de la Encuesta
nacional de demografía y salud –ENDS– (2005)
no se demuestra que exista una asociación
directa entre la jefatura femenina y la pobreza
de los hogares.
Según datos de la ENDS de PROFAMILIA para el
año 2005, entre los hogares en situación de desplazamiento
el 35% tiene como jefe a una mujer,
mientras que el promedio nacional de jefatura
femenina es del 28%. Este mismo documento
verifica el aumento de la jefatura femenina del
hogar en general en todas las zonas y en todos
los niveles socioeconómicos, en lo cual coincide
con todos los trabajos de los últimos años.
2. Alcance de la investigación
Para conocer a fondo el fenómeno se debe
comenzar por la caracterización de las mujeres
jefas de hogar, de sus núcleos familiares y de sus
condiciones básicas de vida. El estudio poscensal
de la jefatura femenina de hogar exploró las principales
características de los hogares que existen
en el país con una mujer como cabeza del hogar,
según los datos del Censo nacional de población
de 2005 y analizó las condiciones de vida
de estas mujeres y sus hogares a nivel nacional
y departamental.
Para la investigación se procesaron veinticinco
preguntas tomando como fuente primaria la
base de datos del Censo general 2005, desagregadas
a nivel departamental. De las preguntas
incluidas, ocho corresponden a la información
del censo ampliado (que se aplica por muestreo
a una parte representativa de la población para
profundizar en la información) y las demás a
la información del censo básico (que se aplica
a todos los hogares del país). Las primeras se
aplicaron a una muestra representativa del total
de población. Mediante un proceso de expansión
de cada una de las preguntas se logró que
estas tuvieran una representatividad para el país
a nivel de departamentos y para las zonas de
cabecera y resto.
El tema abordado supone la comprensión de dos
grandes fenómenos relacionados entre sí: por
una parte, la condición de la jefatura femenina
de los hogares y sus características fundamentales
de tamaño, nivel socioeconómico y estructura;
por otra, la situación de vulnerabilidad asociada
a esta condición. Todo esto visto a través
de tres categorías: la primera tiene que ver con
las características socio-demográficas de las
mujeres; la segunda, con el tamaño y estructura
de sus hogares, y la tercera con las condiciones
básicas de vida de estos hogares, derivadas de
las particularidades de las dos primeras.
3. ¿Quiénes son las mujeres jefas y
cómo viven sus hogares?
Uno de los factores que se ha visto como determinante
para que una mujer llegue a ser jefa de
su hogar en una sociedad aún patriarcal como
la colombiana, es sin duda el estado conyugal.
La posición de las mujeres dentro del hogar es
resultado del cambio en las relaciones de poder
y en las relaciones sociales; sin embargo, este
cambio suele darse frente a otros miembros diferentes
al cónyuge. Por eso es más factible que
una mujer en Colombia llegue a ser jefa del hogar
cuando no existe un cónyuge que cuando este
está presente. De acuerdo con el censo de 1993
la conformación de las mujeres jefas según su
estado conyugal era diferente, siendo mayor en
las zonas de cabecera que en el resto; aunque el
patrón en ese sentido se mantiene, existen diferencias
en las proporciones de cada uno de los
estados conyugales3 para el periodo 1993-2005,
como se observa en detalle en la tabla 2.
Un cambio importante tiene que ver con el
aumento de las mujeres jefas solteras que pasaron
de ser el 19,9%, a ser el 31,7%. La tipología
de familia más frecuente entre estas mujeres
jefas corresponde a aquellas que viven con sus
hijos, arreglo que se presenta en el 34,5% de los
hogares de las cabeceras y en el 33,6% de los
hogares en el resto; estos datos pueden verse de
manera detallada en el estudio poscensal (Angulo
y Velásquez, 2010). Esta mayor proporción de
mujeres solas con sus hijos permite hablar de las
jefas de hogar como mujeres cabeza de familia,
teniendo en cuenta el lazo directo consanguíneo
entre madres e hijo(as), con las consecuencias
que esto trae en cuanto a la necesidad de políticas
públicas orientadas a apoyar a estas mujeres
y sus hogares.
La idea de que no existe el cónyuge se refuerza
con la disminución de las mujeres jefas casadas
y las que viven en unión libre. La mayor proporción
de mujeres jefas de familia son solteras. El
segundo lugar lo ocupan las viudas, y el tercer
lugar, muy cercano al segundo, las separadas
y divorciadas.
Esto puede indicar las diferencias sucedidas en
más de una década de cambios sociales y en
las transformaciones de género que ha tenido el
país; entre otras, que muchas mujeres están asumiendo
su vida en forma autónoma y más individual,
ya sea en hogares unipersonales o incluso
ante la presencia de hijos y otros parientes.
Paradójicamente estas mujeres, que en la mayoría
de los casos cuentan con menores niveles educativos
que los hombres, con menores salarios y
con mayores responsabilidades, logran compensar
parte de estas falencias con una alta capacidad
de gestión que redunda en ciertas ventajas
para sus familias. A pesar de este sobreesfuerzo
de las mujeres, este tipo de hogares vive en condiciones
inferiores a las de los hogares liderados
por varones frente a indicadores como el consumo
de alimentos, pero mejor frente a otros
como la tenencia de vivienda propia.
Así, por ejemplo, al revisar la pregunta (núm. 35)
sobre la presencia de días de ayuno (involuntario)
en los hogares durante la última semana,
como indicador de satisfacción de la necesidad
de alimentación, se observa que el 8,3% de los
hogares del país han tenido carencias en cuanto
a alimentación, y que de este agregado, las
mujeres jefas han sido las más afectadas, casi
dos puntos por encima de los hombres (7,7%
en los hogares encabezados por hombres y un
incremento hasta el 9,6% entre los hogares de
mujeres jefas).
Al llevar a cabo el ejercicio para las zonas de
cabecera y el resto se nota que en las zonas
de cabecera la brecha entre hombres y mujeres
es un poco menor (8,9% de mujeres frente a
6,9% de hombres), mientras que en el resto la
diferencia aumenta en tres puntos y supera al
promedio nacional. El 13,4% de los hogares con
jefas mujeres en el resto han pasado al menos
un día sin alimento.
La situación es particularmente grave si se tiene
también en cuenta la priorización del gasto que
hacen las mujeres, que destinan la mayor parte
de sus ingresos a los rubros de alimentación,
educación y vivienda. La insuficiencia de alimentos
habla, por tanto, de una fuerte escasez de
recursos entre los hogares de jefatura femenina
en la ciudad y más aun en los del campo.
Así como la insuficiencia de ingresos produce
afectaciones directas sobre los hogares, los bajos
niveles educativos también suman desventajas a
las mujeres, tanto de manera directa en aspectos
como su posibilidad de empleo, como indirectamente
disminuyendo su potencial respuesta a los
riesgos. La tabla 3 muestra cómo las mujeres jefas
tienen mayores niveles en las zonas de cabecera
que sus congéneres de las zonas de resto; aunque
en general se encuentran en desventaja frente
a los hombres jefes, además con diferencias más
marcadas en los niveles más bajos de educación.
Así, el 26% de las mujeres jefas en el resto no tienen
ninguna educación, mientras que en la ciudad
son escasamente el 8%.
Las jefas de hogar tienen en general niveles educativos
inferiores a los de los hombres: un 1,5%
menos alcanza la básica primaria, y 1,4% menos
en el bachillerato académico. En estas circunstancias
es difícil que se modifique la situación de
vulnerabilidad que padecen y que se mejoren las
posibilidades a futuro de estos hogares.
La capacidad de las mujeres para sobreponerse
a sus condiciones estructurales se ve favorecida
por su capacidad para gestionar la oferta institucional
y social de protección; es así como la
seguridad social, a pesar de la precariedad de
su condición laboral, es relativamente equitativa
con relación a los hombres. En la tabla 4
se observa cómo en las cabeceras el 10,8% de
las mujeres jefas no cuentan con ningún tipo de
seguridad social en salud y en cambio el 11,5%
de los hombres está totalmente desprotegido.
Otras formas de afiliación como el régimen subsidiado,
que de entrada reconocen la vulnerabilidad
de la población, son más frecuentes entre
las mujeres; teniendo en cuenta los trámites y
requisitos necesarios para este tipo de afiliaciones
(de las jefas de hogar y sus familias), es
posible ver que, en efecto, la demanda ante
las instituciones es mayor en ellas que en los
jefes varones.
La situación entre las mujeres de las zonas de
resto (alejadas de las cabeceras municipales)
no es tan favorable, pues estas suelen estar en
más difíciles condiciones y a su vez más desprotegidas
de seguridad social. En el resto esta
desprotección llega al 17% de las jefas y la presencia
de la afiliación está en el régimen subsidiado
a través de las ARS (Administradoras de
régimen subsidiado).
La condición de cabezas de familia puede estar
precisamente relacionada con un mayor porcentaje
de afiliación al régimen subsidiado entre las
mujeres tanto en la cabecera como en resto, en
parte porque sus condiciones actuales las hacen
más vulnerables y porque la existencia de un
solo responsable en el hogar les otorga mayor
puntaje en las encuestas del SISBEN, además
de su mayor capacidad para gestionar beneficios
para sus hogares.
En adición a otros aspectos ya mencionados,
la calidad y posibilidades de vida de los hogares
dependen en gran parte del capital social
y cultural acumulado por sus jefes, por lo que
sus limitaciones físicas o mentales restringen
la capacidad de enfrentar riesgos y adversidades
y aumentan los niveles de vulnerabilidad
de sus hogares. En este sentido una conclusión
parcial que arrojan los datos remite a la necesidad
de una política pública que genere escenarios
y acciones que compensen las falencias que
produce la discapacidad; sobre todo teniendo en
cuenta que las limitaciones físicas para caminar,
ver y oír son las más frecuentes entre la población
colombiana y más aún entre las mujeres
jefas que entre los jefes hombres (tabla 5).
La diferencia más importante se da en cuanto a
las limitaciones visuales entre las mujeres de las
cabeceras y las del resto; esta diferencia es casi del
doble: mientras que en las primeras la incidencia
es del 5,03%, en las segundas es del 10,1%. Algo
similar ocurre con las limitaciones para caminar,
dos veces más recurrentes entre las mujeres en el
resto (6,8%) que entre las que viven en cabeceras
(3,2%). Con tal vez menor impacto en la vida de la
familia, las limitaciones auditivas alcanzan proporciones
del 3,2% en la cabecera frente a un 6,8%
en el resto.
Un hecho preocupante resulta cuando se analiza la
presencia de limitaciones físicas de los jefes y jefas
y la estructura de sus hogares. Es más frecuente
que los hombres jefes con alguna limitación vivan
con sus “cónyuges e hijos”. Las mujeres con limitaciones
viven con sus “hijos” o con sus “hijos y otros
parientes”. El número de jefas con limitaciones en
hogares extensos es mayor que las que no tienen
limitaciones, probablemente como una estrategia
de las propias mujeres para compensar las dificultades
que acarrea su limitante física.
Como ejemplo de esta situación, la tabla 6 presenta
la distribución de jefes de hogar con impedimento para caminar según sexo y la tipología
del hogar con que viven. Algo similar a lo
expuesto ocurre con las demás limitaciones;
para mayor detalle, se puede referir al estudio
poscensal de jefatura femenina que precede este
artículo (Angulo y Velásquez, 2010).
La presencia de otras limitaciones mentales y de
tipo cognitivo es muy poco frecuente en los y
las jefas de hogar, especialmente si se tiene en
cuenta que estas impedirían la condición de jefatura
por las mismas características discapacitantes
de este tipo de limitaciones.
Para el año 2005 en Colombia existían 10.575.297
hogares, de los cuales el 71% tenían jefatura
masculina, y el 29% tenián como jefe del hogar
a una mujer. Ayuda un poco a estas familias que,
aunque suelen tener un solo responsable de tipo
parental (padre o madre), en general son un
poco más pequeñas: mientras que los hogares
de los hombres tienen entre tres y cinco miembros,
los de las mujeres suelen tener entre dos
y cuatro miembros; estos tamaños son los más
recurrentes para el 60% de la población tanto de
jefes hombres como mujeres. Esto tiene relación
directa con las tasas de dependencia económica
aunque el menor tamaño de los hogares de jefatura
femenina no alcanza a compensar el hecho
de que un solo aportante tiene que responder
por todos los miembros del hogar (Angulo y
Velásquez, 2010: 37).
Desde el punto de vista del capital económico
es importante mencionar algunas características
que diferencian a los hogares liderados por
hombres de aquellos que dirigen las mujeres: se
observan pequeñas variaciones en cuanto a que
las mujeres tienen vivienda propia en un 1% más
que los hombres, y las que pagan arriendo son
un 1% menos que los hombres. Hay una menor
proporción de mujeres, 8% menos que en los
varones, que viven sin ningún pago de por medio
(ejemplo: viviendas ofrecidas por empleadores,
dejadas por algún familiar, entre otras).
También el acceso a servicios públicos de energía
eléctrica, acueducto, alcantarillado, gas natural
y teléfono permite ver mejores condiciones para
los hogares de jefatura femenina, especialmente
en el resto, donde la diferencia con los hogares
de los hombres es más marcada, mientras que
en las cabeceras la brecha por sexo es poca. Es
muy probable que esta diferencia tenga que ver
con la mayor capacidad de gestión de las mujeres
para el bienestar comunitario. Las gestiones
frente a las entidades de servicios públicos
requieren un tiempo importante de las mujeres,
que no se emplea en generar ingresos monetarios
pero que repercute en beneficio directo de
sus hogares.
Precisamente, y aunque se sabe que las preguntas
sobre ingresos suelen tener respuestas
inclinadas hacia la disminución del monto del
ingreso declarado, la pregunta sobre suficiencia
de los ingresos puede ser útil para acercarse a
la condición subjetiva de bienestar económico
de los hogares. En el total nacional de hogares,
independientemente de su jefatura, se nota una
alta insuficiencia de ingresos; los preocupantes
resultados indican que el 67,5% de los hogares
advierte que sus ingresos son insuficientes para
cumplir con los gastos básicos del hogar.
Aunque el problema de insuficiencia de ingresos
puede considerarse bastante general para una buena
parte de la población del país, existe una diferencia
significativa entre los hogares según el sexo del
jefe, la ubicación y el renglón socio-económico
de los hogares. La mayor desigualdad de ingresos
se observa entre las cabeceras y el resto. En
el resto se encuentra la mayor pobreza en general,
mientras que en las zonas de cabecera se da
mayor inequidad.
La pregunta sobre la suficiencia de ingresos se
complementa con la pregunta 21 sobre el rango
de ingresos que cada hogar considera necesario
para su sostenimiento básico. En este sentido
lo que se observa es que el rango deseado de
ingresos del hogar no es muy alto teniendo en
cuenta el alto costo de vida del país, en rubros
tan importantes como vivienda y alimentación.
Más de la mitad de los hogares se ubican en un
rango deseado de $400.000 a $1.000.000 con
diferencias según el sexo del jefe: las mujeres
consideran adecuados unos ingresos más bajos
que los de los hombres, mientras el 27,3% de
los hombres en cabecera calculan ingresos entre
$700.000 y $1.000.000 de pesos; una proporción
similar, 27,1% de mujeres, calcula que
requiere de ingresos entre $400.000 y $700.000
pesos. Es notorio que, en general, en todos los
rangos de ingresos por debajo de un millón de
pesos hay un mayor porcentaje de mujeres que
calculan esos ingresos como necesarios. Esto sin
importar el tamaño de los hogares; de hecho el
nivel esperado de ingresos suele hacer referencia
más a la cultura respecto al gasto que a un
tamaño específico de hogar (Angulo y Velásquez,
2010: 42).
Esto indica que en los estratos socio-económicos
más bajos donde hay menores ingresos, los
hogares de jefatura femenina generan presupuestos
o patrones de sostenimiento con menores
ingresos que los hogares con jefes hombres.
4. Conclusiones
Los resultados de la revisión de las preguntas
básicas estarían diferenciando a los hogares de
jefatura femenina de la masculina, lo que tiene
implicaciones directas en las demandas y necesidades
de los hogares con este tipo de jefatura en
todo el país. Se puede concluir en primer lugar
que una mayor frecuencia de hogares con una
conformación, según el parentesco, de mujeres
jefas con sus hijos, permite hablar de las jefas
de hogar a la vez como cabezas de familia.
Esto es de especial importancia si se entiende
que estas mujeres son las encargadas del sostenimiento
no solo económico sino social de sus
hogares, y que tanto en la zona de cabecera
como de resto presentan en general mayores
niveles de vulnerabilidad demográfica que los
hombres. Estos hogares por una parte tienen
jefes en edades más extremas (menores de 20
años y mayores de 50); por otra, sus hogares
tienen tasas de dependencia más altas, y adicionalmente
las mujeres tienen menores niveles
educativos (Angulo y Velásquez, 2010).
Sin embargo, en medio de este panorama dificultoso
para las mujeres, ellas logran sortear
los riesgos latentes, gracias al uso eficiente que
logran de los recursos de la red social de apoyo
en salud, ingresos, vivienda y servicios públicos;
se muestra la reinversión directa que hacen las
mujeres de sus beneficios, por lo que invertir en
mejorar la calidad de vida de las mujeres jefas
de hogar es una inversión también en los demás
miembros del hogar, especialmente los hijos.
En este sentido las políticas y programas deben
estar encaminados a fomentar el crecimiento
personal y profesional de estas mujeres.
La condición de vulnerabilidad de las mujeres
jefas puede, entonces, ser una condición de desprotección
meramente estructural si se intervienen
los aspectos que la producen sobre todo en
cuanto a generación de ingresos y liberación de
la doble jornada. Estas facilidades permitirían a
las mujeres liberar aun más de su potencial y
fortalecer los mecanismos de compensación de
los riesgos. Para ello se requiere de intervención
de la sociedad en general, pero sobre todo de
políticas públicas ajustadas a esta realidad.
Bibliografía
Angulo, A., & Velásquez, S. (2010). La jefatura
del hogar femenino en el marco del Censo general
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Informe mundial sobre los asentamientos
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Unidas para los asentamientos humanos.
Bogotá, D.C.: Tercer Mundo.
Parker, S. W., Todd, P. E., & Wolpin, K. I. (agosto
de 2006). Within-Family Program Effect Estimators:
The Impact of Oportunidades on Schooling
in Mexico. Informe de evaluación del programa
“Oportunidades”. México.
Rico de Alonso, A. (2006). Caracterización y Estructura
interna de la jefatura femenina en Zonas
Urbanas del Sector informal. Bogotá, D.C.: ICBF.
2Antropóloga con estudios de maestría en Demografía y población, doctora en Ciencias sociales. Docente e investigadora de la Universidad Externado de Colombia
sandra_velasquez@yahoo.com
3El estado conyugal unión libre aparece agregado hasta 1993 indistintamente del tiempo que lleva la unión (mayor o menor a dos años); para el Censo 2005 se
desagregan las uniones de hecho según sean de menos de 2 años o mayores a 2 años, cuando la condición jurídica las asimila al matrimonio en todas sus obligaciones. |