¿Por qué William Brass?

Fecundidad adolescente: diferenciales
sociales y geográficos 2005

Carmen Elisa Flórez

Caracterización demográfica de la
población con limitaciones permanentes
en Colombia, 2005

B. Piedad Urdinola C. y Ronald F. Herrera C.

Asistencia escolar y nivel educativo: un
análisis del censo de población de 2005

Martha Isabel Gutiérrez

Ser mujer jefa de hogar en Colombia
Sandra Patricia Velásquez

Visibilización de la población étnica
en el Censo general 2005: análisis
comparativo de los principales
indicadores demográficos

Astrid Hernández R. y David A. Pinilla A.

El concepto de representatividad en
la escogencia de la mejor estrategia
de muestreo

Hugo Andrés Gutiérrez Rojas

Sandra Patricia Velásquez2

Introducción.

Las mujeres del país han sufrido transformaciones sociales y culturales sobre los roles que ejercen en la sociedad; esto se evidencia, entre otras cosas, en el crecimiento (en un 5%) del fenómeno de jefatura femenina en los hogares durante el periodo intercensal 1993-2005. Este fenómeno creciente, no solo en Colombia sino en toda Latinoamérica, evidencia una transformación en las estructuras de género y en la familia en general.

La jefatura femenina de hogares, entendida como la presencia de hogares en los que la persona identificada como jefe por los demás miembros del hogar es una mujer, connota, además, que hogar y familia son conceptos diferentes, a pesar de que están estrechamente asociados.

La precariedad de las economías neoliberales, la inestabilidad laboral y el aumento de la pobreza desde hace varias décadas, junto con la mejora del nivel educativo de las mujeres, llevaron al incremento de la participación de las mujeres en el mercado laboral (aunque con niveles de ingreso en general inferiores a los de los hombres) y la consecuente caída de las tasas de natalidad; esto, sumado al empoderamiento que han ganado las mujeres en las últimas décadas, conlleva que cada vez más mujeres de todas las condiciones sociales y económicas asuman el rol de proveedoras principales de sus hogares y sean reconocidas por los demás miembros como tales.

Existen, sin duda, diferencias entre los hogares encabezados por hombres y los encabezados por mujeres. Por un lado las diferencias surgidas de los estereotipos de género, que determinan aspectos como las relaciones de poder en el interior del hogar. Por otro lado diferencias en cuanto a las condiciones de vida de estos hogares y aspectos como la pobreza y desigualdad social.

Estudios anteriores (Rico, 1998) muestran que estas diferencias para la década de los noventa y para varios países, incluido Colombia, radican en la edad y etapa del ciclo vital de las mujeres jefas, el tamaño y la composición familiar y, muy importante, la presencia o ausencia de un compañero, situación que remite a la posibilidad de aporte económico por parte del varón.

Las debatidas consecuencias de las estructuras del hogar sobre la vulnerabilidad y los niveles de riesgo que enfrentan estos hogares se han planteado en varias oportunidades. Muchos han propuesto que estos hogares son más vulnerables debido a que existe una sola proveedora y por tanto mayores tasas de dependencia económica, y que esta por su condición de género percibe menos ingresos. Otros trabajos, por el contrario, indican que las inversiones y los recursos accesibles a las mujeres llegan directamente al hogar, a través de mejoras en educación, alimentación, vivienda y salud, lo que repercute de manera directa en el fortalecimiento de los hogares frente al riesgo. Tanto se ha dicho sobre la mayor vulnerabilidad de los hogares sostenidos por mujeres, que es necesario ver qué tipo de vulnerabilidad demográfica y económica es la que enfrentan y cuáles serían los factores que contribuyen a mitigar los impactos de las eventuales crisis.

1. Antecedentes

Si bien el aumento de los hogares con mujeres jefas es general en todo el país, tales hogares presentan evoluciones diferentes en las zonas de cabecera y en el resto: mientras que en las cabeceras la jefatura femenina tuvo un aumento del 6% con respecto al periodo intercensal 1993- 2005, en la zona de resto el aumento fue del 2,8% (tabla 1). Esto habla de un fenómeno primordialmente urbano, al igual que en otros países, donde las condiciones de los hogares con una mujer a la cabeza han mostrado unas circunstancias particulares referentes a sus mayores niveles de vulnerabilidad y pobreza, derivadas justamente de las inequidades laborales y educativas de las mujeres: “dentro de los hogares ellas generalmente asumen la mayoría de las responsabilidades para la gestión del hogar, y donde hay niños casi siempre es la mujer quien asume la responsabilidad primaria de cuidarlos.

Las mujeres a menudo contribuyen más que los hombres a la organización comunitaria” (Hábitat, 1996: 257).

En estas circunstancias, la realización simultánea de estas actividades (llamada generalmente doble jornada) restringe las posibilidades que tienen las mujeres para conseguir mayores ingresos.

Se ha encontrado que “Entre los hogares de bajo ingreso, los que están encabezados por mujeres enfrentan por lo general ciertos problemas, ya que ellas sufren discriminación en los mercados laborales o en los intentos de lograr apoyo para actividades generadoras de empleo o para la mejoría del hogar” (Hábitat, 1996: 257).

Paralelo al crecimiento del fenómeno de la jefatura femenina de hogares, han proliferado los estudios sobre el tema (Parker, Todd, y Wolpin, 2006). Algunos enfocados sobre sectores particulares, como el realizado por el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) titulado “Caracterización y estructura interna de la jefatura femenina en zonas urbanas del sector informal”, o el trabajo de Ana Rico de Alonso (2006) sobre “Jefatura femenina, informalidad laboral y pobreza urbana en Colombia”, en los que se hace énfasis en la condición de múltiple vulnerabilidad de las mujeres, sobre todo por el hecho de pertenecer a los sectores económicamente más deprimidos de las ciudades.

Estos estudios, por el mismo hecho de enfocarse en los sectores más pobres, abren el debate sobre la asociación entre pobreza-vulnerabilidad y jefatura femenina. Lo que en ellos se ha mostrado es que los hogares con jefatura femenina tienden a ser más pobres que los encabezados por hombres en las mismas condiciones de subempleo e informalidad. Sin embargo, en otros trabajos más recientes focalizados sobre todos los sectores de la población como son los trabajos de PROFAMILIA a través de la Encuesta nacional de demografía y salud –ENDS– (2005) no se demuestra que exista una asociación directa entre la jefatura femenina y la pobreza de los hogares.

Según datos de la ENDS de PROFAMILIA para el año 2005, entre los hogares en situación de desplazamiento el 35% tiene como jefe a una mujer, mientras que el promedio nacional de jefatura femenina es del 28%. Este mismo documento verifica el aumento de la jefatura femenina del hogar en general en todas las zonas y en todos los niveles socioeconómicos, en lo cual coincide con todos los trabajos de los últimos años.

2. Alcance de la investigación

Para conocer a fondo el fenómeno se debe comenzar por la caracterización de las mujeres jefas de hogar, de sus núcleos familiares y de sus condiciones básicas de vida. El estudio poscensal de la jefatura femenina de hogar exploró las principales características de los hogares que existen en el país con una mujer como cabeza del hogar, según los datos del Censo nacional de población de 2005 y analizó las condiciones de vida de estas mujeres y sus hogares a nivel nacional y departamental.

Para la investigación se procesaron veinticinco preguntas tomando como fuente primaria la base de datos del Censo general 2005, desagregadas a nivel departamental. De las preguntas incluidas, ocho corresponden a la información del censo ampliado (que se aplica por muestreo a una parte representativa de la población para profundizar en la información) y las demás a la información del censo básico (que se aplica a todos los hogares del país). Las primeras se aplicaron a una muestra representativa del total de población. Mediante un proceso de expansión de cada una de las preguntas se logró que estas tuvieran una representatividad para el país a nivel de departamentos y para las zonas de cabecera y resto.

El tema abordado supone la comprensión de dos grandes fenómenos relacionados entre sí: por una parte, la condición de la jefatura femenina de los hogares y sus características fundamentales de tamaño, nivel socioeconómico y estructura; por otra, la situación de vulnerabilidad asociada a esta condición. Todo esto visto a través de tres categorías: la primera tiene que ver con las características socio-demográficas de las mujeres; la segunda, con el tamaño y estructura de sus hogares, y la tercera con las condiciones básicas de vida de estos hogares, derivadas de las particularidades de las dos primeras.

3. ¿Quiénes son las mujeres jefas y cómo viven sus hogares?

Uno de los factores que se ha visto como determinante para que una mujer llegue a ser jefa de su hogar en una sociedad aún patriarcal como la colombiana, es sin duda el estado conyugal.

La posición de las mujeres dentro del hogar es resultado del cambio en las relaciones de poder y en las relaciones sociales; sin embargo, este cambio suele darse frente a otros miembros diferentes al cónyuge. Por eso es más factible que una mujer en Colombia llegue a ser jefa del hogar cuando no existe un cónyuge que cuando este está presente. De acuerdo con el censo de 1993 la conformación de las mujeres jefas según su estado conyugal era diferente, siendo mayor en las zonas de cabecera que en el resto; aunque el patrón en ese sentido se mantiene, existen diferencias en las proporciones de cada uno de los estados conyugales3 para el periodo 1993-2005, como se observa en detalle en la tabla 2.

Un cambio importante tiene que ver con el aumento de las mujeres jefas solteras que pasaron de ser el 19,9%, a ser el 31,7%. La tipología de familia más frecuente entre estas mujeres jefas corresponde a aquellas que viven con sus hijos, arreglo que se presenta en el 34,5% de los hogares de las cabeceras y en el 33,6% de los hogares en el resto; estos datos pueden verse de manera detallada en el estudio poscensal (Angulo y Velásquez, 2010). Esta mayor proporción de mujeres solas con sus hijos permite hablar de las jefas de hogar como mujeres cabeza de familia, teniendo en cuenta el lazo directo consanguíneo entre madres e hijo(as), con las consecuencias que esto trae en cuanto a la necesidad de políticas públicas orientadas a apoyar a estas mujeres y sus hogares.

La idea de que no existe el cónyuge se refuerza con la disminución de las mujeres jefas casadas y las que viven en unión libre. La mayor proporción de mujeres jefas de familia son solteras. El segundo lugar lo ocupan las viudas, y el tercer lugar, muy cercano al segundo, las separadas y divorciadas.

Esto puede indicar las diferencias sucedidas en más de una década de cambios sociales y en las transformaciones de género que ha tenido el país; entre otras, que muchas mujeres están asumiendo su vida en forma autónoma y más individual, ya sea en hogares unipersonales o incluso ante la presencia de hijos y otros parientes.

Paradójicamente estas mujeres, que en la mayoría de los casos cuentan con menores niveles educativos que los hombres, con menores salarios y con mayores responsabilidades, logran compensar parte de estas falencias con una alta capacidad de gestión que redunda en ciertas ventajas para sus familias. A pesar de este sobreesfuerzo de las mujeres, este tipo de hogares vive en condiciones inferiores a las de los hogares liderados por varones frente a indicadores como el consumo de alimentos, pero mejor frente a otros como la tenencia de vivienda propia.

Así, por ejemplo, al revisar la pregunta (núm. 35) sobre la presencia de días de ayuno (involuntario) en los hogares durante la última semana, como indicador de satisfacción de la necesidad de alimentación, se observa que el 8,3% de los hogares del país han tenido carencias en cuanto a alimentación, y que de este agregado, las mujeres jefas han sido las más afectadas, casi dos puntos por encima de los hombres (7,7% en los hogares encabezados por hombres y un incremento hasta el 9,6% entre los hogares de mujeres jefas).

Al llevar a cabo el ejercicio para las zonas de cabecera y el resto se nota que en las zonas de cabecera la brecha entre hombres y mujeres es un poco menor (8,9% de mujeres frente a 6,9% de hombres), mientras que en el resto la diferencia aumenta en tres puntos y supera al promedio nacional. El 13,4% de los hogares con jefas mujeres en el resto han pasado al menos un día sin alimento.

La situación es particularmente grave si se tiene también en cuenta la priorización del gasto que hacen las mujeres, que destinan la mayor parte de sus ingresos a los rubros de alimentación, educación y vivienda. La insuficiencia de alimentos habla, por tanto, de una fuerte escasez de recursos entre los hogares de jefatura femenina en la ciudad y más aun en los del campo.

Así como la insuficiencia de ingresos produce afectaciones directas sobre los hogares, los bajos niveles educativos también suman desventajas a las mujeres, tanto de manera directa en aspectos como su posibilidad de empleo, como indirectamente disminuyendo su potencial respuesta a los riesgos. La tabla 3 muestra cómo las mujeres jefas tienen mayores niveles en las zonas de cabecera que sus congéneres de las zonas de resto; aunque en general se encuentran en desventaja frente a los hombres jefes, además con diferencias más marcadas en los niveles más bajos de educación.

Así, el 26% de las mujeres jefas en el resto no tienen ninguna educación, mientras que en la ciudad son escasamente el 8%.

Las jefas de hogar tienen en general niveles educativos inferiores a los de los hombres: un 1,5% menos alcanza la básica primaria, y 1,4% menos en el bachillerato académico. En estas circunstancias es difícil que se modifique la situación de vulnerabilidad que padecen y que se mejoren las posibilidades a futuro de estos hogares.

La capacidad de las mujeres para sobreponerse a sus condiciones estructurales se ve favorecida por su capacidad para gestionar la oferta institucional y social de protección; es así como la seguridad social, a pesar de la precariedad de su condición laboral, es relativamente equitativa con relación a los hombres. En la tabla 4 se observa cómo en las cabeceras el 10,8% de las mujeres jefas no cuentan con ningún tipo de seguridad social en salud y en cambio el 11,5% de los hombres está totalmente desprotegido.

Otras formas de afiliación como el régimen subsidiado, que de entrada reconocen la vulnerabilidad de la población, son más frecuentes entre las mujeres; teniendo en cuenta los trámites y requisitos necesarios para este tipo de afiliaciones (de las jefas de hogar y sus familias), es posible ver que, en efecto, la demanda ante las instituciones es mayor en ellas que en los jefes varones.

La situación entre las mujeres de las zonas de resto (alejadas de las cabeceras municipales) no es tan favorable, pues estas suelen estar en más difíciles condiciones y a su vez más desprotegidas de seguridad social. En el resto esta desprotección llega al 17% de las jefas y la presencia de la afiliación está en el régimen subsidiado a través de las ARS (Administradoras de régimen subsidiado).

La condición de cabezas de familia puede estar precisamente relacionada con un mayor porcentaje de afiliación al régimen subsidiado entre las mujeres tanto en la cabecera como en resto, en parte porque sus condiciones actuales las hacen más vulnerables y porque la existencia de un solo responsable en el hogar les otorga mayor puntaje en las encuestas del SISBEN, además de su mayor capacidad para gestionar beneficios para sus hogares.

En adición a otros aspectos ya mencionados, la calidad y posibilidades de vida de los hogares dependen en gran parte del capital social y cultural acumulado por sus jefes, por lo que sus limitaciones físicas o mentales restringen la capacidad de enfrentar riesgos y adversidades y aumentan los niveles de vulnerabilidad de sus hogares. En este sentido una conclusión parcial que arrojan los datos remite a la necesidad de una política pública que genere escenarios y acciones que compensen las falencias que produce la discapacidad; sobre todo teniendo en cuenta que las limitaciones físicas para caminar, ver y oír son las más frecuentes entre la población colombiana y más aún entre las mujeres jefas que entre los jefes hombres (tabla 5).

La diferencia más importante se da en cuanto a las limitaciones visuales entre las mujeres de las cabeceras y las del resto; esta diferencia es casi del doble: mientras que en las primeras la incidencia es del 5,03%, en las segundas es del 10,1%. Algo similar ocurre con las limitaciones para caminar, dos veces más recurrentes entre las mujeres en el resto (6,8%) que entre las que viven en cabeceras (3,2%). Con tal vez menor impacto en la vida de la familia, las limitaciones auditivas alcanzan proporciones del 3,2% en la cabecera frente a un 6,8% en el resto.

Un hecho preocupante resulta cuando se analiza la presencia de limitaciones físicas de los jefes y jefas y la estructura de sus hogares. Es más frecuente que los hombres jefes con alguna limitación vivan con sus “cónyuges e hijos”. Las mujeres con limitaciones viven con sus “hijos” o con sus “hijos y otros parientes”. El número de jefas con limitaciones en hogares extensos es mayor que las que no tienen limitaciones, probablemente como una estrategia de las propias mujeres para compensar las dificultades que acarrea su limitante física.

Como ejemplo de esta situación, la tabla 6 presenta la distribución de jefes de hogar con impedimento para caminar según sexo y la tipología del hogar con que viven. Algo similar a lo expuesto ocurre con las demás limitaciones; para mayor detalle, se puede referir al estudio poscensal de jefatura femenina que precede este artículo (Angulo y Velásquez, 2010).

La presencia de otras limitaciones mentales y de tipo cognitivo es muy poco frecuente en los y las jefas de hogar, especialmente si se tiene en cuenta que estas impedirían la condición de jefatura por las mismas características discapacitantes de este tipo de limitaciones.

Para el año 2005 en Colombia existían 10.575.297 hogares, de los cuales el 71% tenían jefatura masculina, y el 29% tenián como jefe del hogar a una mujer. Ayuda un poco a estas familias que, aunque suelen tener un solo responsable de tipo parental (padre o madre), en general son un poco más pequeñas: mientras que los hogares de los hombres tienen entre tres y cinco miembros, los de las mujeres suelen tener entre dos y cuatro miembros; estos tamaños son los más recurrentes para el 60% de la población tanto de jefes hombres como mujeres. Esto tiene relación directa con las tasas de dependencia económica aunque el menor tamaño de los hogares de jefatura femenina no alcanza a compensar el hecho de que un solo aportante tiene que responder por todos los miembros del hogar (Angulo y Velásquez, 2010: 37).

Desde el punto de vista del capital económico es importante mencionar algunas características que diferencian a los hogares liderados por hombres de aquellos que dirigen las mujeres: se observan pequeñas variaciones en cuanto a que las mujeres tienen vivienda propia en un 1% más que los hombres, y las que pagan arriendo son un 1% menos que los hombres. Hay una menor proporción de mujeres, 8% menos que en los varones, que viven sin ningún pago de por medio (ejemplo: viviendas ofrecidas por empleadores, dejadas por algún familiar, entre otras).

También el acceso a servicios públicos de energía eléctrica, acueducto, alcantarillado, gas natural y teléfono permite ver mejores condiciones para los hogares de jefatura femenina, especialmente en el resto, donde la diferencia con los hogares de los hombres es más marcada, mientras que en las cabeceras la brecha por sexo es poca. Es muy probable que esta diferencia tenga que ver con la mayor capacidad de gestión de las mujeres para el bienestar comunitario. Las gestiones frente a las entidades de servicios públicos requieren un tiempo importante de las mujeres, que no se emplea en generar ingresos monetarios pero que repercute en beneficio directo de sus hogares.

Precisamente, y aunque se sabe que las preguntas sobre ingresos suelen tener respuestas inclinadas hacia la disminución del monto del ingreso declarado, la pregunta sobre suficiencia de los ingresos puede ser útil para acercarse a la condición subjetiva de bienestar económico de los hogares. En el total nacional de hogares, independientemente de su jefatura, se nota una alta insuficiencia de ingresos; los preocupantes resultados indican que el 67,5% de los hogares advierte que sus ingresos son insuficientes para cumplir con los gastos básicos del hogar.

Aunque el problema de insuficiencia de ingresos puede considerarse bastante general para una buena parte de la población del país, existe una diferencia significativa entre los hogares según el sexo del jefe, la ubicación y el renglón socio-económico de los hogares. La mayor desigualdad de ingresos se observa entre las cabeceras y el resto. En el resto se encuentra la mayor pobreza en general, mientras que en las zonas de cabecera se da mayor inequidad. La pregunta sobre la suficiencia de ingresos se complementa con la pregunta 21 sobre el rango de ingresos que cada hogar considera necesario para su sostenimiento básico. En este sentido lo que se observa es que el rango deseado de ingresos del hogar no es muy alto teniendo en cuenta el alto costo de vida del país, en rubros tan importantes como vivienda y alimentación.

Más de la mitad de los hogares se ubican en un rango deseado de $400.000 a $1.000.000 con diferencias según el sexo del jefe: las mujeres consideran adecuados unos ingresos más bajos que los de los hombres, mientras el 27,3% de los hombres en cabecera calculan ingresos entre $700.000 y $1.000.000 de pesos; una proporción similar, 27,1% de mujeres, calcula que requiere de ingresos entre $400.000 y $700.000 pesos. Es notorio que, en general, en todos los rangos de ingresos por debajo de un millón de pesos hay un mayor porcentaje de mujeres que calculan esos ingresos como necesarios. Esto sin importar el tamaño de los hogares; de hecho el nivel esperado de ingresos suele hacer referencia más a la cultura respecto al gasto que a un tamaño específico de hogar (Angulo y Velásquez, 2010: 42).

Esto indica que en los estratos socio-económicos más bajos donde hay menores ingresos, los hogares de jefatura femenina generan presupuestos o patrones de sostenimiento con menores ingresos que los hogares con jefes hombres.

4. Conclusiones

Los resultados de la revisión de las preguntas básicas estarían diferenciando a los hogares de jefatura femenina de la masculina, lo que tiene implicaciones directas en las demandas y necesidades de los hogares con este tipo de jefatura en todo el país. Se puede concluir en primer lugar que una mayor frecuencia de hogares con una conformación, según el parentesco, de mujeres jefas con sus hijos, permite hablar de las jefas de hogar a la vez como cabezas de familia.

Esto es de especial importancia si se entiende que estas mujeres son las encargadas del sostenimiento no solo económico sino social de sus hogares, y que tanto en la zona de cabecera como de resto presentan en general mayores niveles de vulnerabilidad demográfica que los hombres. Estos hogares por una parte tienen jefes en edades más extremas (menores de 20 años y mayores de 50); por otra, sus hogares tienen tasas de dependencia más altas, y adicionalmente las mujeres tienen menores niveles educativos (Angulo y Velásquez, 2010).

Sin embargo, en medio de este panorama dificultoso para las mujeres, ellas logran sortear los riesgos latentes, gracias al uso eficiente que logran de los recursos de la red social de apoyo en salud, ingresos, vivienda y servicios públicos; se muestra la reinversión directa que hacen las mujeres de sus beneficios, por lo que invertir en mejorar la calidad de vida de las mujeres jefas de hogar es una inversión también en los demás miembros del hogar, especialmente los hijos.

En este sentido las políticas y programas deben estar encaminados a fomentar el crecimiento personal y profesional de estas mujeres.

La condición de vulnerabilidad de las mujeres jefas puede, entonces, ser una condición de desprotección meramente estructural si se intervienen los aspectos que la producen sobre todo en cuanto a generación de ingresos y liberación de la doble jornada. Estas facilidades permitirían a las mujeres liberar aun más de su potencial y fortalecer los mecanismos de compensación de los riesgos. Para ello se requiere de intervención de la sociedad en general, pero sobre todo de políticas públicas ajustadas a esta realidad.

Bibliografía

Angulo, A., & Velásquez, S. (2010). La jefatura del hogar femenino en el marco del Censo general 2005. Serie: Estudios Poscensales. DANE.

Habitat (1996). Un mundo en proceso de urbanización. Informe mundial sobre los asentamientos humanos 1996. Centro de las Naciones Unidas para los asentamientos humanos. Bogotá, D.C.: Tercer Mundo.

Parker, S. W., Todd, P. E., & Wolpin, K. I. (agosto de 2006). Within-Family Program Effect Estimators: The Impact of Oportunidades on Schooling in Mexico. Informe de evaluación del programa “Oportunidades”. México.

Rico de Alonso, A. (2006). Caracterización y Estructura interna de la jefatura femenina en Zonas Urbanas del Sector informal. Bogotá, D.C.: ICBF.

2Antropóloga con estudios de maestría en Demografía y población, doctora en Ciencias sociales. Docente e investigadora de la Universidad Externado de Colombia sandra_velasquez@yahoo.com

3El estado conyugal unión libre aparece agregado hasta 1993 indistintamente del tiempo que lleva la unión (mayor o menor a dos años); para el Censo 2005 se desagregan las uniones de hecho según sean de menos de 2 años o mayores a 2 años, cuando la condición jurídica las asimila al matrimonio en todas sus obligaciones.