El economista camuflado: la economía
de las pequeñas cosas.
Tim Harford, Editorial Temas de Hoy,
septiembre de 2007.
Unos pocos meses después de la publicación
de Freakonomics, el libro de Steven D. Levitt
y Stephen J. Dubner, que ha sido un éxito de
librería en todo el mundo y que reseñamos
en el primer número de la revista ib, apareció
El economista camuflado, que también
emplea un enfoque juguetón para ayudarnos
a entender, ya no situaciones en la franja de
la vida económica, sino problemas del día a
día, y que ha alcanzado un éxito similar.
Tim Harford, el autor, es un joven economista
de Oxford que trabajó en el Banco Mundial;
publica una columna en el Financial Times y
es el presentador de la serie More or Less de
la BBC.
El tono de Harford no es dogmático y se
adapta muy bien para comunicar los principios
fundamentales a quienes no han tenido
una formación en la materia, aunque muchos
que se limitaron a tomar un curso elemental
de economía también pueden beneficiarse
con esta oportunidad de ver las secas teorías
reflejadas en situaciones de la vida real.
Harford comienza explicando la razón de ser
de los precios, aparentemente exorbitantes,
del café que venden las cadenas como Starbucks
(¿o Juan Valdez?); la principal razón
reside en los costos de los locales. El secreto
es establecerlos en lugares con gran flujo de
gente, como estaciones
de tren o de metro,
y garantizar la exclusividad
con contratos
que estipulan que ningún
competidor podrá
obtener un local en el
mismo edificio o centro
comercial.
Pero esta causa (location,
location, location
la llamarían los agentes
de finca raíz) no
explica todo el menú de estas cadenas. Los
precios de los productos más baratos ofrecidos
puede que ni siquiera cubran sus costos,
pero con un esfuerzo inteligente demercadeo
es posible completar el menú con una gran
variedad de productos de apariencia sofisticada
que no son fáciles de conseguir en otras partes
(por lo que no podemos determinar su precio
justo). Las adiciones que los generan agregan
muy poco costo al producto básico, pero le confieren
características de escasez que permiten
aumentar su precio en forma desproporcionada
para hacer rentable el negocio.
Harford explica el funcionamiento del mercado
y cómo éste revela información. En un mercado
libre nadie compra un producto cuyo valor le
parece menor al precio que paga por él. Es obvio
que en un mercado así los clientes valoran los
cappuccinos más que el dinero que pagan por
ellos, y esto no es tan trivial como parece. Si
ocurre una helada en el Brasil, el mecanismo del mercado ajustará hacia arriba los precios del café y, por lo tanto, del cappuccino,
el latte, el nevado, etc. Entonces habrá gente
que ya no comprará cappuccino, pero otros lo
seguirán comprando al nuevo precio porque
por esa suma no hay otro producto que prefieran
al que ya están acostumbrados. Todos
estos ajustes dependen de la abundancia y
escasez de productos, y el mercado los realiza
en forma automática, algo que ninguna economía
centralizada ha podido hacer.
Pero lograr un mercado libre y perfecto es
imposible en la vida real. Los impuestos y
los subsidios afectan negativamente el funcionamiento
del mercado, pero parecen
inevitables. Aunque se han encontrado maneras
de lograr los resultados que buscan
impuestos y subsidios sin afectar la forma
como el mercado revela información, éstas
no son fáciles de implantar por los obstáculos
de orden práctico o político que enfrentan. El
resultado es que ningún mercado funciona de
manera ideal.
Sin embargo, el concepto de mercado es
importante porque permite comprender la
causa de muchos problemas económicos y la
manera de corregirlos. Los mercados perfectos
pueden ser irreales y poco interesantes,
pero proporcionan un punto de referencia clarísimo
para determinar qué es lo que está funcionando
mal en una economía. Basado en la
experiencia de un viaje al Camerún, cuando
trabajaba con el Banco Mundial, Harford nos
explica las causas de que los países pobres
sigan siéndolo (no debemos sorprendernos de
que la principal causa sea la corrupción).
Los problemas de falta de información en el
mercado los ilustra con la venta de carros
usados, en donde el vendedor conoce perfectamente
el estado del carro pero el comprador
no (problema denominado asimetría en la
información). Este problema también afecta
los seguros de salud; en este caso los clientes
conocen mejor su estado de salud que las
compañías aseguradoras, las cuales se protegen
aumentando las primas.
El uso del automóvil particular sirve de ejemplo
para explicar las externalidades, que son
efectos, generalmente negativos, resultantes
de decisiones aparentemente independientes.
En este caso las externalidades son
la congestión, la pérdida de tiempo debida
a ésta y la contaminación ambiental. La
manera de corregirlas es cobrar por el uso
de las vías, lo que envía una señal clara al
conductor de que su actividad tiene que
pagar los costos de los daños que causa, algo
que no se lograría aumentando el impuesto
del vehículo.
Capítulo aparte merece el tema de la globalización,
que en vez de ser una conspiración
del mundo desarrollado para exprimir a los
países pobres, nació de la teoría de la ventaja
comparativa introducida en 1817 por el
economista inglés David Ricardo. Para Ricardo
todas las barreras al comercio, ya sean subsidios
para nuestros agricultores o tarifas para
la importación afectan negativamente las dos
partes interesadas.
Para terminar, Harford nos cuenta cómo se
enriqueció la China, un país que durante la
mayor parte del siglo XX fue más pobre que
Camerún. Las reformas que lograron este
milagro fueron introducidas por Deng Xiaoping
después del estruendoso fracaso de las
políticas económicas de Mao. En los primeros
cinco años de funcionamiento ya se había
doblado el ingreso promedio de los agricultores.
Fue Deng y no Mao quien logró el Gran
Salto Adelante, usando el poder del mercado
y de los precios. |